A los ocho años, Michael devoraba los libros de aventuras de su compatriota Karl May, que representaba lo que Julio Verne era para los franceses o Emilio Salgari para los italianos. Su imaginación volaba con cada aventura de Old Shatterhand y Winnetou por el Oeste americano o con las de Kara ben Nemsi y Halef Omar en Asia.
Además, tuvo la suerte de que sus padres también eran unos apasionados de los viajes y con ellos recorrió Alemania y otros países del centro y norte de Europa. «Mi primer viaje en solitario fue en el Interrail y visité Francia, España, Marruecos... En ese momento ya tuve claro que quería conocer tantos lugares del mundo como pudiera», comenta en su apartamento del Port de Pollença, que adquirió hace cinco años.
A día de hoy, Michael Runkel, a sus 51 años, pertenece al selecto club de los viajeros que ha estado en los 193 países existentes en el mundo, aunque él quita importancia a este hecho. «Para mí no es nada relevante. Existe una comunidad de grandes viajeros donde la división del mundo no se hace por países, sino por regiones. Por ejemplo, visitar Moscú no cuenta como que conoces Rusia, sino que para ello tienes que haber estado en un número determinado de sus regiones».
Según esta división, en la Tierra hay 1.301 regiones y Runkel ha conocido 1.118. «Es curioso que en el mundo hay unas 200 personas que hayan estado en todos los países y en cambio unos 550 son los que han viajado por el espacio».
Runkel, fotógrafo freelance, ha visto publicados sus trabajos en medios tan importantes como The New York Times y, por supuesto, en las revistas de naturaleza y viajes más influyentes: National Geographic, Condé Nast Traveler, las guías de Lonely Planet... En dos semanas tiene previsto viajar hasta Nigeria, «un país muy poco conocido a excepción de su capital».
La pandemia ha afectado a sus viajes, pero tampoco le ha paralizado completamente. «El primer confinamiento lo pasamos en San Diego (California) de donde es mi mujer. Cuando pudimos, viajamos a Alemania y desde allí recorrimos todos los lugares de Europa donde se podía estar y acabamos en el norte de Noruega. También estuvimos en la isla de Samos (Grecia)». Ahora se encuentra en Mallorca, lugar que descubrió hace unos diez años. «A mi mujer le gustó mucho y le recordó a California, aunque le gusta más Mallorca. En 2006 nos alojamos en un hotel del Port de Pollença y nos encantó todo porque es un lugar tranquilo, sin mucho turismo y muy bello. Unos años más tarde nos decidimos a comprar este apartamento».
Michael y Samantha se conocieron en un barco en el Polo Norte. Ella era cantante y él se encontraba haciendo un reportaje. En la actualidad tienen dos hijos: Sia, de cinco años, de la que asegura, no sin orgullo, que ya ha dado con ella dos veces la vuelta al mundo, y el pequeño Luca, de tan solo dos. Michael ha trabajado en muchas ocasiones para Naciones Unidas fotografiando los lugares Patrimonio de la Humanidad. «Para mí, el mayor problema al que se enfrenta el mundo en la actualidad es la superpoblación. No sé cuál es la solución, pero no veo posible que podamos seguir viviendo tanta gente. Hay que darse cuenta de que Europa es un lugar de ‘viejos' con la edad media muy elevada, pero hay países de África donde esa edad no llega a los 16 años», explica.
Experiencias
Runkel conoce China desde el año 1992 y es buen conocedor de la transformación que ha sufrido el gigante asiático. «Ahora viven 1.400 millones de personas y como la gente quiere su coche, frigorífico, televisor, aire acondicionado, ello supone un gasto energético increíble. En Europa no se nota, pero en lugares de Asia y África se ve de forma muy clara». Para ahondar más en este asunto, explica lo que le pasó en Tuvalu, el país con menos habitantes del mundo después de Ciudad del Vaticano, situado en el Pacífico Sur. «Me invitó su presidente y en la recepción nos sirvieron pollo y cerdo. Le mostré mi extrañeza de que no hubiera pescado y me contestó que casi no había pescadores ya en el país por falta de pesca y la poca que había se la quedaban los chinos».
Con su experiencia, asegura que el hombre es muy parecido en todos los lugares. «Diría que el 90 por ciento de las personas son buenas y el resto, no. Y puede haber lugares donde la pobreza y la religión influyan en el carácter de la gente».
No es raro que después de haber recorrido varios millones de kilómetros, haya tenido más de un susto. «El peor momento fue el terremoto de 2003 en la ciudad iraní de Bam. Fue devastador. Saqué a 11 personas de entre los escombros y después ayudé a crear un orfanato para los niños que habían perdido a sus padres».
Otra gran experiencia a lo largo de todos estos tiempos tiene que ver con la comida. «He comido cosas raras, pero buenas, pero lo peor sin duda fue la carne de ballena secada al sol que me ofrecieron en una isla de Indonesia y que no pude rechazar. Realmente asquerosa. Era todo grasa y con un sabor a hígado repugnante».
Michael Runkel asegura que no está cansado de viajar. «Aún me apasiona mi trabajo. Lo que pase en un futuro no lo sé. Eso sí, mientras dure el coronavirus, no viajo sin mi mascarilla FFP2. Es vital. He perdido a seis amigos por el coronavirus».
Si fuera un viajero perfecto se hubiera dado cuenta de que en casi todo el mundo hay animadversión hacia los alemanes y se hubiera quedado en Alemania.
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Si fuera un viajero perfecto se hubiera dado cuenta de que en casi todo el mundo hay animadversión hacia los alemanes y se hubiera quedado en Alemania.