A estas alturas de la globalización, damos por hecho que la diminuta y encorvada figura de un bonsái le resultará una estampa familiar. No obstante, si ha pasado los últimos cuarenta años dando vueltas, pongamos, por la vía Láctea, ahí va una rápida definición: El bonsái es un arte centenario originario de China, pero consagrado en Japón, que a grandes rasgos consiste en producir árboles enanos. Punto. Bueno, punto no, existe todo un mar de fondo agitándose tras esa escueta presentación. Por eso hablamos con Agustí Cànoves, presidente de la Sociedad Bonsái Balear, entidad que celebra 35 años de podas, mimos y cuidados de todo tipo a este adorable arbolito.
En su traducción más o menos aproximada, bonsái viene a ser ‘plantado en una bandeja', miden entre treinta y setenta centímetros de alto, sus copas tienen el volumen de un plumero, y sus hojas son tan pequeñas que las desborda una gota de lluvia. Agustí lleva más de 30 años cultivando el arte de limitar el crecimiento de un árbol y asegura que «es un hobby que engancha, no se puede dejar». La Sociedad Bonsái Balear cuenta con una veintena de socios, «aunque entre los ochenta y noventa llegamos a tener casi doscientos, era la época del boom del bonsái, pero luego el grupo se fue fragmentando y repartiéndose en otras asociaciones que fueron apareciendo».
Se reúnen semanalmente en su sede, un local cedido por el Ajuntament de Marratxí en Es Figueral. Allí hablan sobre bonsáis y «aconsejamos a los socios noveles sobre cuidados. También estamos abiertos a escuchar y ayudar a la gente, aunque no sea socia, para resolver las dudas y problemas que puedan surgirles». Agustí lamenta que tras la pandemia todo ha cambiado, «antes hacíamos más actividades». Explica que suelen realizar tres talleres con maestros llegados de la Península, «para así poder llevar una misma pauta en el cuidado de los árboles»; sin embargo este año «solo pudimos hacer uno». Son talleres exclusivos para miembros de la asociación, «entran en la cuota de socio». No obstante, de cara al público hacen «un mercadillo a finales de verano en nuestra sede, y antes de la pandemia también exponíamos en Marratxí durante las fiestas de Sant Marçal, pero esto de momento está en stand-by».
Estancado
Aunque en la Isla existe un saludable número de aficionados al bonsái, lo cierto es que su crecimiento está algo «estancado por el problema de la insularidad, ya que aquí no tenemos la libertad de movimiento que hay en la Península, donde existe más afición a este hobby. Además, no podemos llevar árboles a ferias y mercadillos por la plaga de xylella fastidiosa –una bacteria fitopatógena–, salvo que se obtenga el correspondiente certificado de la Conselleria de Medi Ambient».
Hay tantos estilos de bonsái como formas de árboles apreciamos en la naturaleza, y van dados de acuerdo al movimiento de su tronco. Existen árboles rectos, otros con el tronco sinuoso, inclinado, como llevados por el viento; otros lucen como colgando de un risco, en forma de sombrilla, como el hermoso y corpulento ullastre (olivo), la variante mallorquina del bonsái. «Es la más fácil de trabajar, se trata de una especie muy apreciada a nivel peninsular, europeo y hasta en Japón, donde cuentan con algunos ejemplares». Estos diminutos arbolitos, como sacados de un paisaje en miniatura, fruto de la paciencia y el trabajo minucioso de un apasionado, son un auténtico espectáculo para la vista. Confiesa Agustí que se establece un vínculo emocional con el árbol, «cuando ves que está sano y responde a los cuidados que le estás dando es muy gratificante», añade. Además, está su aspecto terapéutico, pocas cosas relajan y templan los nervios como esta afición para la que la paciencia es condición sine qua non. «Yo soy muy nervioso, pero el bonsái me relaja». Para acabar, hablamos de precios. «Hay bonsáis de diferentes rangos, se pueden encontrar desde 50 a 10.000 euros», concluye Agustí Cànoves.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.