Tomeu Verger. | Pilar Pellicer

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Necesito sincerarme, llevo tiempo disimulando y ya no puedo más: detesto el reggaetón. No puedo con él. Lo siento, tenía que salir del armario. Hay quien afirma que no le gusta la playa, y no pasa nada, estamos en un país libre, un poco rancio, pero libre, ¿no? Mis esfuerzos por fundir el reggaetón con el ruido ambiental resultaron del todo infructuosos. Pensé en una lobotomía, pero ni así. No tuve problemas con otros estándares musicales de moda, pero el royo del ‘hey papi, dame lo mío’ me mata. Incluso le planteé a mi médico una eutanasia compasiva. No coló. Estaba desesperado. El dichoso reggaetón me perseguía allá donde fuera. ¿Y qué me dicen de esa parte de la crítica que lo ensalza? Me pregunto si son listos fingiendo ser idiotas o idiotas fingiendo ser listos. Y en esas que este alicaído cronista se dirige al rocódromo Es Cau, templo indoor de los amantes de la escalada...
...Y al franquear la puerta se obra el milagro. The Crusher, un tema de Ramones, me atravesó como un rayo de felicidad, bálsamo reparador de cuerpo y alma. Fue un alivio instantáneo, como un refrescante colirio en la iris maltrecha del náufrago. Por un momento, olvidé el objeto de mi visita. Pensé que solo me faltaban mis amigos... y que aflojaran un poco la luz de ambiente para, ron-cola en mano, desatarme al estilo ‘boda gitana’. Me costó reubicarme antes de aterrizar en el Planeta Tierra.

Música y deporte

Tomeu Verger, gerente de este oasis espiritual en mitad de una ciudad, de un país, de un mundo tomado por el dichoso reggaetón esperó pacientemente que tomara tierra… Desnortado y desubicado, como quien despierta de una siesta y no sabe donde demonios está, le lancé una mirada estilo ‘Jack Nicholson’ acompañada de un «menudo musicón, ¿eh?». «De eso se encarga Arturo». ¿Arturo qué más?, es para citarlo en el repor -pregunto-. Arturo Fernández. Bueno, bueno. No se me vengan arriba, que nos conocemos. Cualquier parecido con el malogrado actor, una institución del ‘chatungueo’, la comedia ligera y autor de la inextinguible coletilla ‘chatín’, es pura casualidad. Nuestro Arturo, que más tarde supe que toca en la banda local F.E.A, se desempeña tras la barra y sirve los cafés y refrigerios a los parroquianos, además de ejercer de deejay improvisado. ‘Gent sana’, que diría mi abuela.

En Es Cau se citan de todas la edades, sexos y nacionalidades, para ellos ‘el cielo es el límite’. Una frase que han transformado en su mantra en su intento por hollar la cima de la montaña, perdón, del rocódromo. Y nada consigue intimidarles ni desviarles de su propósito. Ni siquiera el siguiente temazo que pincha Arturo (en pie, por favor): Bizarre love triangle, de New Order. Madre mía, que alguien me traiga unas sales, por momentos pierdo el conocimiento. Y mientras un servidor se debate entre este y el otro mundo, los intrépidos escaladores siguen inmutables, como un cuadro de Hopper, a lo suyo. A los más neófitos, quizás haya que aclararles qué es un rocódromo. ¿Un circuito de carreras para piedras? Pues no. Se trata de una instalación deportiva de vanguardia, muy versátil y funcional. Tanto es así que cualquier persona, ya sea amante del deporte en general o escalador, principiante o experto, desde que lo prueba, lo convierte en su lugar habitual para estar en forma. Ya no puede pasar sin él.

«Aquí no solo vienen a hacer deporte y mantenerse en forma, también a socializar. Y eso que has venido en una hora un poco rara (son las 09.30 y, créanme, para nada está vacío...), si llegas a venir por la tarde esto está lleno de gente». ¿Y la música siempre es así?, le insisto. «Aquí no escucharás reggaetón», desliza Tomeu, mientras voy organizando mi mudanza urgente a Es Cau. El buen rollo se respira en el ambiente.

Además de este centro, situado en la calle Jaume Ferran de Palma, cuentan con otro espacio en zona Blanquerna, donde imparten cursos y acogen eventos. La sala de escalada cuenta con muros que se elevan entre cinco y seis metros y, a diferencia de la montaña, «aquí no hace falta arnés», explica Tomeu. Así es, el suelo es una mullida colchoneta. «El único equipo necesario son los peus de moix (zapatillas de escalada) que si el cliente no tiene puede alquilar aquí». Entre los beneficios que aporta la práctica de este exigente deporte, ideal para tonificar el cuerpo, está «la liberación de endorfinas».