¿Cuándo comenzó a pintar?
– Siempre he pintado, desde la guardería, con solo tres años. Todavía recuerdo en qué pensaba entonces, cuando pintaba.
¿En qué pensaba?
–Me preguntaba qué diferenciaba a los colores, cuándo acababa un dibujo, pensaba en los bordes del papel. Creo que ya era una visión filosófica, pero tengo mis dudas, quizás he modificado el pasado.
En la acuarela el margen de error es mínimo, ¿por qué usa esta técnica?
–La acuarela no es modificable, no hay marcha atrás, es un medio de expresión fresco y rápido. En realidad, yo vengo del dibujo, a lápiz, bolígrafo o carboncillo. He dibujado así durante 35 años. Solo hace tres años y medio que dibujo a color.
¿Por qué cambió?
–El color siempre impone, es muy difícil, y el cuerpo me pedía dar el paso.
En su etapa como retratista, ¿qué sentía? ¿La pose es más solemne que en la fotografía?
–Retratar en vivo es difícil, la gente no quiere estar más de 20 minutos parada. Por lo que me han contado compañeros veteranos, antes la pose era solemne, el retratado se tomaba el proceso muy en serio. Ahora, con la velocidad que llevamos, acostumbrados al trabajo en serie y a los precios bajos, la artesanía no se valora tanto.
Más adelante, dejó de lado los rostros y se centró en la expresión corporal, lo que llama ‘el retrato del cuerpo'...
–Intento capturar la esencia, lo que surge de la cosa y se proyecta en el mundo que nos rodea, lo importante de verdad.
¿Podría definir qué es esa esencia?
–Es algo muy personal, también depende de cada etapa. Últimamente, más que los ojos, la cara o la boca, encuentro la esencia en el estar, los gestos y las posturas.
Como viajero que es, ¿cree que esa esencia es igual en todo el mundo?
–No, es muy diferente. En Oriente Medio o Asia, puedes sentarte en la calle y retratar a alguien sin que lo sepa. Porque está quieto, tranquilo, más conectado con el suelo que pisa. En nuestra sociedad es cada vez más complicado encontrar una situación así, y todavía es más difícil que, si está sola, la persona no esté mirando el móvil.
Los paisajes también son protagonistas en su obra, ¿qué hace que se decida por pintar uno u otro?
–En muchas ocasiones pueden ser pequeños detalles: un gato pasando por la escena o una mujer que viene de hacer la compra. Tampoco se puede explicar mucho, y casi es mejor no preguntárselo.
¿Cuánto hay de realidad y de ficción en su pintura?
–Ficción no hay y realidades hay muchas. Parece que vivimos en un mundo unidimensional, pero no es así. Intento representar realidades que pueden ser posibles.
¿Qué significa su idea de ‘simplificar la escena, mostrar mucho, pero no del todo'?
–Es una cuestión técnica e intelectual. Es intentar deshacer las clasificaciones predeterminadas, romper con los límites impuestos.
Como artista, ¿cuál es su relación con las redes sociales?
–Hasta hace pocos años no le había mostrado mi trabajo a casi nadie. Me lo tomo como un aprendizaje, aprendo a mostrarme, algo que ni sabía hacer ni me gustaba. Las redes sociales me ayudan a seguir pintando: la gente ve la obra, la compra y yo puedo continuar. La clave es mantener el equilibrio, y no engancharse a una tecnología diseñada para ello. No pinto para hacerme famoso.
¿Cómo es ser pintor en nuestro tiempo?
–Cuando pintas te detienes y observas la vida. Ves el mundo, lo miras durante horas. Después, cuando vas a la ciudad, sales a la calle –coches, semáforos, máquinas a tope–, es un poco desquiciante. Otro aprendizaje es hallar el equilibrio entre la vida cotidiana y la artística.
¿Pensó alguna vez en dejarlo?
–Sí lo he pensado alguna vez. A veces el sistema que tenemos no es compatible. Te levantas por la mañana y piensas, ¿qué hago hoy con mi vida?
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Un hombre guapo y con talento artístico.¿Que más se puede pedir?