Una vez acabado el oficio se realizó el tradicional reparto de los verdes y aromáticos brotes de albahaca. | Pere Bergas

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En 2020 la pandemia paralizó por completo las fiestas de Sant Bernat; el año pasado se retomaron, pero las medidas de seguridad sanitaria imposibilitaron algunos de sus actos más característicos. Al fin, el Secar de La Real celebró este viernes con cierta normalidad la romería de Sant Bernat, considerada la más antigua de la Isla y final de los rigores del verano –Santa Margalida l’encen i Sant Bernat l’apaga, según el dicho popular–. «Empezamos el pasado 12 de agosto y la respuesta de los realins y realines ha sido excelente. Todos tienen ganas de fiesta, se han volcado y la plaza está llena cada día», afirma con satisfacción Miquel Font, miembro de la Comissió de Festes.

Tras el repique de campanas y la Sonada de Xeremiers de los grupos de La Real, Realins y de Son Roca, los vecinos entraron al templo a las 20 horas, donde se celebró el oficio solemne de Vespres Cantades, en el que participó la coral Brot d’Alfabeguera, y la posterior bendición de la albahaca. Este es el primer año en que se ha tenido que encargar la albahaca ya que, por motivos de salud, los vecinos que asumían la tarea de plantarlas tras el claustro del monasterio esperan el relevo generacional. Aunque se acercase a la normalidad, este año los fieles tampoco pudieron aproximarse a adorar y tocar la figura de Sant Bernat.

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Durante el oficio de Vespres Cantades se bendijo la ‘alfabeguera’.

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Los grupos de ‘xeremiers’ accedieron al templo tocando una pieza musical.

Acabado el oficio, se organizó en la Plaça de la Esglèsia una muestra de ball de bot, del alumnado del casal de barri de Son Cànaves. La velada se cerró con la Revetla de Sant Bernat, que contó con el grupo de baile popular Esclafits i Castanyetes y el grupo musical Mata Escrita. La devoción a Sant Bernat comenzó en la Isla tras la conquista y después de fundarse el Monasterio de Santa María de La Real, que se levantó entre 1254 y 1266 sobre la antigua alquería de Arial. Según el historiador    Reus i Planells, la vida monástica se detuvo en 1835 cuando, a causa de la desamortización de Mendizábal, la orden del Císter fue exclaustrada del cenobio.