Una vez fuera del marco, los acabados de la alfombra se trabajan con tijeras o un quitapelusas manual. | Pere Bergas

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La pandemia fue un momento oscuro, pero hubo quien encontró la luz sumido en la penumbra. Esta es la historia de Edurne Camacho (1986, Madrid), artista afincada desde hace cuatro años en Alaró donde, inspirada por el misticismo de sus montañas y sus leyendas de brujas y aquelarres, confecciona coloridas alfombras que combinan la pintura y la artesanía textil, bajo la marca Flying Carpets. «Cambié de país y fui madre. Me encontraba algo perdida y en la pandemia tocamos fondo. Tocó reiventarse. Buscaba conjugar el textil y la pintura, y en la confección de alfombras encontré mi formato, el canal en el que expresarme. Con la pintura me liaba, me faltaba seguridad; con el textil he aprendido a confiar, a dejar que el proceso avance por sí mismo. Soy una persona muy espiritual e intento profundizar en mi interior; trabajo de forma espontánea, me lo tomo como una meditación activa», explica la artista.

Antes de llegar a la Isla, Edurne vivió en Madrid, París, donde trabajó como asistente del diseñador de moda Tillmann Lauterbach, en Berlín y Eivissa. «Mallorca fue un tanque de oxígeno. Reconecté con la naturaleza y me gusta ver que mi hijo crece en un lugar tranquilo y multicultural. Todo lo que he aprendido a lo largo de mi vida lo plasmo ahora. Encontrar tu formato ideal no es algo sencillo».

Creaciones

La artesana confecciona sus piezas en el pequeño garaje de casa. Utiliza la técnica del tufting gun, o pistola de mechones, «una especie de aguja eléctrica manual; como pintar con hilos, es muy divertido. También utilizo una pistola industrial de aire comprimido, que da un acabado más profesional. No fui buena estudiante por la vía preestablecida, siempre he sido autodidacta y mi lado artístico es herencia de mi padre, Juan Pablo, que si hubiese podido estudiar sería un gran arquitecto. Ahora tiene un taller de cuero en casa, él hace las etiquetas de las alfombras», afirma Camacho, cuyas piezas sirven también como murales y tapices o como cabeceros de cama. La artesana trabaja con materiales de alta gama, «utilizo lana de Nueva Zelanda, lana de Serra da Estrela, en Portugal, o algodón orgánico español. Apuesto por un consumo consciente».

La confección de una alfombra puede llevarle entre una semana y un mes, dependiendo del tamaño. El proceso es complejo: «Primero limpio bien el estudio, medito y visualizo la obra. Coloco la tela sobre el marco de madera y dibujo a mano alzada o, en ocasiones, con un proyector. Después se empieza a trabajar con la máquina. Finalmente se aplica una capa de látex para fijar la capa trasera, que dejo secar entre 12 y 24 horas.

Ya con la alfombra fuera del marco, se debe limpiar a mano, con esquiladoras y tijeras. De forma paralela pasas por todo un proceso mental. Debes hacerte fuerte y superar momentos de mucho estrés», explica Camacho, que ya ha enviado alfombras a Londres, París, Berlín o Melbourne, además de alguna que ha vendido en la Isla. En cuanto a la paleta de colores, Edurne se basa en las premisas de la colorterapia, que sostiene que los colores pueden influir en el estado de ánimo y en los chakras. «Yo creo que los colores son terapéuticos. Me gustan los colores vibrantes; trabajo mucho con el plexo solar, siempre utilizo colores naranjas y rojos », concluye Camacho.