«Son tiempos difíciles para los soñadores», aseveraba uno de los protagonistas de Amelie. La frase sigue vigente veintidós años después. Por suerte hay quien se obstina en contradecir a estos tiempos escépticos y desapasionados. Gente como la encuadernadora Virginia Waffelaest, a quien le bastan sus manos para transformar lo ordinario en extraordinario. Como a su paisana Audrey Tautou, la actriz que dio vida a Amelie con el candor de un personaje de Frank Capra, a nuestra protagonista le gusta hacerse una foto con los periodistas que la entrevistan. Las unen más cosas. Ambas creen en la belleza de las cosas simples. Y sabe Dios que si el mundo perdiera la pasión, los arqueólogos podrían refundarla con sólo una bobina de Amelie; con la sonrisa inocente de un niño; con una creación de Virginia... Que suene cursi no le resta veracidad.
En aquel Montmartre mágico, casi de cuento de hadas, que perfiló Philippe Jeunet en Amelie, con sus bistrós, sus ateliers, sus cafés; con sus callecitas empinadas donde resuenan los ecos de un acordeón, y esa galería de personajes quiméricos y encantadores teñidos de un tono sepia... En ese microcosmos idealizado existe la misma voluntad de belleza que apreciamos en la obra de Waffelaest, que nos recibe en su domicilio de Santa Maria del Camí. Me conduce hasta un frondoso jardín, colorido y vitalista, como las tapas de sus libretas, donde plasma un concentrado de realismo poético que, más que empachar, abre el apetito. Su oficio no se da por vencido, la producción industrial jamás acabará con el arte de encuadernar libretas y libros que resisten el paso del tiempo.
Disfrutar
Asegura que en sus talleres «lo importante es disfrutar». Se enganchó después de realizar una clase de encuadernación japonesa, «me gustó tanto que hice cuadernos para toda la familia, y al acabar me di cuenta de que aún tenía ganas de más». Fue entonces cuando puso en marcha sus talleres, pero ya hacía tiempo que le picaba el gusanillo, «desde niña he sido muy curiosa, siempre he estado haciendo manualidades con papeles e investigando diferentes técnicas». Le costó arrancar, «al principio no tenía redes sociales y eso entorpeció mi desarrollo», pero «desde que tengo Instagram (@moiximoix) tengo mucho más trabajo».
Nació en Perpignan y con tan solo 13 años se mudó a Barcelona. En esa ciudad que desborda énfasis creativo fue donde se empapó de arte, aunque asegura que «mi sueño era establecerme en Mallorca». Antes se curtió en el negocio familiar, una experiencia que le permitió granjearse «un montón de habilidades». Hoy ofrece cursos de entre dos y tres horas, suficiente «para hacer un trabajo chulo y adquirir el bagaje suficiente para experimentar por tu cuenta». Reconoce que «me estrujo la cabeza para ofrecer talleres asequibles para cualquiera», sus alumnos conforman un rico crisol, «viene gente de 20 a 40 años, la mayoría mujeres, pero también he hecho cursos para señoras de hasta 70 años». Les enseña a «dar rienda suelta a su creatividad», mezclando «poesía y artes visuales, acuarelas, collage y pintura».
Para las tapas de sus creaciones suele utilizar papel reciclado, «son materiales que me encantan». Éstos, combinados «con otros más elegantes ofrecen un acabado muy vintage». Insiste la artista en que «no hace falta utilizar materiales de lujo o caros, te puedes divertir y obtener buenos resultados con cosas sencillas». Donde no escatima calidad es a la hora de rematar el interior de sus encuadernaciones, «soy una enamorada del papel, trabajo con buenos papeles de la India, Turquía, Nepal y papel florentino», concluye.
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