Enrique Vargas, em Ca l'Ardiaca. | Click

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Enrique Vargas tiene 50 años, está soltero, no tiene hijos y es albañil pero no ejerce ya que una lesión se lo impide. Bueno, no le deja trabajar ni otras muchas más cosas como, por ejemplo, caminar con normalidad, cosa que comprobamos yendo desde los Caputxins al Parc de les Estacions, distancia que no supera los cuatrocientos metros y en la que nos tenemos que parar tres o cuatro veces. «Al caminar siento como si me clavaran un puñal por debajo de los riñones. Un dolor fortísimo que me obliga a parar y, si ando mucho, a sentarme. También me duele mucho el pie», nos explica.

Aparte de eso, Enrique no tiene nada más. Está solo, por lo que ha tenido que reorganizar su vida: va a diario a buscar el bocadillo a los Caputxins, que luego se come sentando en la primera acera que le vaya bien. «Con esto -señala el bocata, ya medio comido- aguanto hasta la noche, que desde hace unos días la paso en Ca l’Ardiaca, donde he conseguido que me admitan. Porque antes dormía en la calle, o en la playa, pues el dinero no me alcanza para pagar una mísera habitación».

Enrique nos cuenta que trabajó de albañil hasta que un mal día de hace dos años y pico, «al tratar de levantarme en casa, no lo conseguí. Un fuerte dolor en la espalda me lo impidió. Encima, el maestro de obras para quién trabajaba al contarle lo que me pasaba, me hizo firmar unos papeles... Yo los firmé, pensando que sería para la baja, pero no. Era el finiquito, por lo que me quedé en la calle, con lo puesto, porque, ¡qué sabía yo lo que firmaba! Me dio el papel, me dijo firma aquí, y yo firmé. Y desde entonces estoy como me ven, en la calle... Bueno ahora, desde hace una semana, duermo en Ca l’Ardiaca, pero hasta ese día viví en la calle. Porque tengo muy claro que en casa, con mi padre, no quiero vivir, ya que además de un alcohólico, es un maltratador. Maltrataba a mi madre -se señala el rostro de mujer que lleva tatuado en su pantorrilla izquierda-. La pobre murió. Por como es mi padre me fui de casa y me quedé a vivir en la calle hasta encontrar una cama... Que sí, que dicen que Ca l’Ardiaca es un lugar conflictivo, pero yo no me puedo quejar. Todo lo contrario, porque incluso por las mañanas, viendo que no puedo, me ayudan a hacer la cama. Así que llego por la tarde, descanso, ceno, me tomo un chocolate con unas pastas, me tumbo en la litera que me han asignado ¡y hasta mañana! Y mañana, vuelta a empezar: de Ca l’Ardiaca voy en autobús a los Caputxins donde, tras hacer una cola, me dan el bocadillo que me como por ahí cerca. Luego, a pie, me voy al Parc de ses Estacions donde me tumbo debajo de un árbol, pues como les he dicho, caminar no puedo... Aunque a decir verdad, últimamente, como en el Parc de ses Estacions roban mucho, me busco otro lugar donde tumbarme y desde donde veo pasar las horas hasta que por la tarde regreso, también en autobús, pues a pie no llegaría nunca, a Ca l’Ardiaca a cenar y a dormir. ¿Que llueve o hace frío? Me busco un lugar dónde no me moje, y sobre las tres regreso a Ca l’Ardiaca».

Enrique posa para Última Hora.

Se pierden en el papeleo

Al preguntarle si va al médico, asiente. «El médico me dice que caminar me irá muy bien, pero no, no puedo caminar. ¡Imposible! -sonríe tratando de diluir la pena que ensombrece su rostro-. Además dentro de unos días no tendré paga, porque como le he dicho voy a dejar de cobrar los trescientos y pico de euros mensuales que percibo... Por lo que miraré a ver si a través de la asistenta social me consigue algo, pues yo solo no sé a dónde dirigirme, ni qué trámites hacer... Yo creo que ella me lo arreglará, sino, mal asunto. También me ha examinado el tribunal médico, diciéndome que no estaba en condiciones de trabajar... Pero solo me dieron un 15 por ciento de minusvalía, lo que no me resuelve nada. Por eso he recurrido y según me han dicho, igual me conceden un 33, que tampoco basta -nos dice con una mirada desolada-. Porque lo cierto es que, aún intentándolo, no puedo trabajar. ¡Pero es que tampoco puedo andar! El dolor de la espalda ha terminado por desplazarse al pie, que también me duele, y más si camino. También me hicieron unas filtraciones, pero sigo sin poder caminar. Y si no camino, no puedo trabajar, y si no trabajo no recibo ningún dinero. Tengo 15 años cotizados, pero no me sirven de nada. En cambio a otra gente, sin haber trabajado, les dan ayudas».

Enrique Vargas, en una calle de Palma.

Enrique insiste en que el Tribunal Médico le dé la minusvalía total «y la paga que por ella me corresponda pues, insisto, no puedo trabajar. ¡El dolor puede conmigo!». Tumbado sobre la hierba del Parc de ses Estacions, Enrique se lamenta también de que a personas como él, a la hora de mover papeles para conseguir una paga mínima, les resulta muy complicado.

«Alguien te da un teléfono o un correo electrónico y... Pues que el teléfono suena y suena, sin que nadie lo coja. Tampoco todos tenemos correo... Es más, muchos de nosotros no sabemos cómo se hacen las consultas por Internet. En pocas palabras, las personas como yo, incluso los mayores con necesidad de algo, no estamos preparados para pedir esas ayudas, por lo que, tras haberlo intentado, y no conseguir nada, nos rendimos y desistimos», nos explica, dando visibilidad a su situación.