«Tanto el juez como el fiscal y algunos policías hicieron muy mal las cosas»

Francisca García, policía local de Palma, injustamente encarcelada por el ‘caso Cursach’, rompe su silencio

La policía Francisca García, con su hija Beatriz. | Click

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Policía local de Palma desde 1989, Francisca García Castro, Paquita para los de su generación, ha sido la única mujer entre los 25 policías que entraron en prisión por el ‘caso Cursach’. «Ingresé el 12 de diciembre de 2016 –recuerda– y salí el 29, pasando allí Nochebuena y la Navidad».

Paquita ha sido también una de los protagonistas del libro 'El caso Cursach', escrito por Dukhas y Acromen, a través de las cartas que envió desde el centro penitenciario a su familia, cartas llenas de sentimientos y sensaciones provocadas por su estancia en dicho lugar. Fue una estancia injusta, pues ella en ningún momento se sintió culpable de lo que el exfiscal Subirán y el exjuez Penalva la acusaron.

En principio, Paquita no quería hacer declaraciones sobre su experiencia carcelaria y todo lo que la rodeó, por lo que si hoy está aquí, es gracias a la mano que nos echó el autor del libro, Ramón Mulet (Dukhas), policía local como ella.

Hablamos la otra tarde con ella a lo largo de casi dos horas. La vimos muy tranquila pese al drama vivido durante las dos semanas en presidio, más el sufrimiento durante el interrogatorio y el de después, tras salir de la cárcel. No tenía miedo precisamente por el qué dirán, pues siempre ha tenido la conciencia en paz. «Yo no hice nada; todo fue porque tanto el juez como el fiscal y unos policías nacionales hicieron las cosas muy mal y, además, no eran buenas personas... Y también porque tampoco son buenos profesionales, ya que basaron toda la acusación en el testimonio de una madame –que luego se retractó–, en el del hijo de la Paca, en personajes de poca solvencia y en la rumorología cuartelaria de policías fantasmas y de agentes que se autodenominaron honrados. Porque si hubieran hecho bien su trabajo, no hubieran causado tanto dolor a cientos de familias. Ello me hace pensar que no todos los que están en la cárcel se lo merecen. Porque si a mí me han hecho esto, ¿por qué no a otros?»

Paquita fue la primera mujer policía escolta de los alcaldes Calvo e Isern y durante un tiempo dio clases de defensa personal tanto a policías como a alumnos de la escuela. Está casada y desde hace poco es abuela. En los momentos difíciles por los que pasó su preocupación era su madre que, desgraciadamente, falleció y que se enteró de que estaba en la cárcel porque su hija mayor, con sutileza, se lo contó.

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La detención y lo demás

A lo largo del relato nos cuenta cómo fue la detención. «Estando en el despacho de mi abogado, a nada de enterarme a través de una llamada que me hicieron al móvil, me presenté en la comisaría de la Policía Nacional preguntando por los del Grupo de Blanqueo, que eran los que me habían llamado. A ellos, que ni me leyeron mis derechos, les pregunté por qué estaba allí, siendo su respuesta «por requerimiento judicial». Pasé la noche en el calabozo y al día siguiente, sin tiempo siquiera para tomar un café, pero sí para reseñarnos con rapidez, nos trasladaron al juzgado. Tan solo el policía que me trasladó mostró humanidad, ofreciéndome un café calentito. Al llegar al juzgado –prosigue–, me metieron en el calabozo. Eran las once de la mañana y en él permanecí hasta las nueve de la noche. Fue el peor de mis peores días. Sin comer, ni beber, el frío era insoportable. Pedí una manta, pero no tenían. El policía salió al patio y pidió a nuestros familiares si alguien le podía dejar ropa para mí. Regresó con una rebeca de mi amiga Lola, que cuando me la puse sentí su calor y su fuerza… ¡Como si me abrazara! A las nueve de la noche entré en el despacho del juez, donde estaban el fiscal, abogados de los otros policías y dos agentes de blanqueo. El fiscal empezó a preguntar sin darme tiempo a que le contestara. Tras pedirle que me dejara responder, mi abogado también le reprochó su actitud, lo que hizo que en un ataque de histeria y a gritos pidiera que entrase el agente judicial. Fue cuando el juez calmó los ánimos. Finalmente, me acusó de tráfico de drogas, revelación de secretos, obstrucción a la Justicia, atentado contra la intimidad y de no sé de cuántas cosas más. Cinco años después se demostró que nada era cierto, que todo estaba en su imaginación. Pero eso no quitó que me llevaran a la cárcel durante dos semanas. Y estuve allí en una celda provisional 17 días, hasta que consiguió que un mando de la policía, también encarcelado conmigo, dijera lo que ellos deseaban».

Nochebuena y Navidad

La primera noche le asignaron una presa, familiar de la Paca, y a la noche siguiente, otra.
«A mis compañeros los veía de vez en cuando en el economato. Y en Nochebuena me permitieron estar un ratito con ellos. Luego, con la presa de confianza, paseamos solas, por el patio. Como regalo de Navidad, un preso me regaló un bombón y otro me prestó un libro, «léelo –me dijo–, a mí me ha ayudado mucho». También, en Navidad, hablé con mi familia, con mi madre, que es quien más me preocupaba. Y entonces vuelvo a acordarme de mi abuelo, a quien un día del año 1936 la policía fue a buscarlo a casa y al no encontrarle fueron a la fábrica donde trabajaba, lo sacaron y lo metieron preso en la cárcel por rojo. Lo fusilaron dos meses después en la tapia del cementerio. Me acordé de él, sintiendo lo que debió sentir él, arrancada de tu vida y encerrada sin saber hasta cuándo. Murió sin saber por qué, pero yo viviré para luchar por ambas injusticias...».

Hila, Pastor y otros

Tras abandonar el recinto carcelario, Paquita cuenta que se pone al día gracias a la ayuda médica. Eso sí, sigue sin entender nada, ni siquiera el procedimiento que el juez y el fiscal habían llevado a cabo para encarcelarlos ni, por supuesto, el abandono que siente, «que sentíamos todos», matiza, hacia el alcalde José Hila y a la concejal de Seguretat Ciudadana, Angélica Pastor, que no hicieron nada, salvo tirarnos a los tiburones en beneficio de sus propios egos. Tampoco entiendo –añade– que el nuevo gobierno municipal callase antes y calle hoy ante la injusticia que se cometió con nosotros y que también guarde silencio la Policía Nacional por cómo se comportaron algunos policías respecto a nosotros».

Y en cuanto a lo demás (nos referimos al coste de la minuta de los abogados, que en principio corrió por cuenta de los propios policías y a la cuestión económica que se vio afectada por sus encarcelamientos) lo van recuperando. Pero lo hacen poco a poco y no todo: «Durante el proceso, me quedé sin empleo y sueldo, además de los obligatorios fines de semanas y días festivos. Ahora solo nos han pagado los atrasos de los sueldos, no los abonos por obligatorios fines de semana y días festivos. Y las minutas de los abogados nos han sido abonadas, pero tarde, por el Ajuntament actual».

Venganza no, pero sí justicia

Tiene también muy claro que todo hubiera sido distinto «de haber sido nuestro jefe Feliu; muchas de las cosas que pasaron no hubieran sucedido, como que la policía entrara y saliera de nuestras dependencias como si nada, llevándose ordenadores... Al juez y al fiscal les hubiera dicho que si hay que llevarse algo, fuera material o personal, él se encargaría».
Por último nos dice que está muy tranquila. Que si ha habido algún comentario por parte de la gente respecto a ella, por haber estado en la cárcel, tampoco le preocupa, puesto que al final ha salido a relucir la verdad.

«Mi madre me dijo en una ocasión, hablando de este tema, que cuando pudiera, me vengara. Yo le contesté que venganza no, pero justicia de la que yo he aprendido, sí. Y si hay un Dios, a quien corresponda». Y apostilla: «La Justicia ha puesto a cada cual en su sitio. Ahora, los condenados a prisión son ellos, a quienes no perdonaré las lágrimas que derramó mi familia, sobre todo mi madre, y que mi hija tuviera que ingresar dinero para mi pecunio, palabra que escuché por primera vez en la cárcel. Por último, quiero dejar constancia de que el trato que recibí en prisión por parte de las dos funcionarias fue siempre muy atento».