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Llevamos ya quince meses de irregularidades en nuestras vidas debido a esta dichosa pandemia que nos ha mantenido confinados y amordazados en casa. Calles vacías, restauración y hostelería cerrada; aeropuerto cerrado, ferris vacíos y autobuses articulados circulando con tres o cuatro personas; tiendas cerradas a cal y canto, salvo comestibles, farmacias, urgencias, etcétera. La ciudad está triste, sin gente paseando, ni hablando o riendo; los escaparates sucios, por estar los comercios cerrados.

En casa aburridos, sin poder ver a nuestros familiares y amigos más cercados, ni tampoco despedirnos de los fallecidos, originando una gran depresión por reclusión, soledad y desgana generalizada.

Las Baleares, paralizadas e incremento inaudito del desempleo. Gracias al ERTE, los cerca de ochenta mil parados han podido subsistir, pese a la tardanza en llegar las prestaciones por parte del Estado. Las instituciones locales tendieron la mano a los desempleados y familias más afectadas. Por fin, hemos comenzado una vida con mayor libertad, aunque no completa, y debemos cumplir lo mandado, si no queremos volver a los contagios descontrolados y cierres masivos.

Durante este largo año de excepción, nos hemos acostumbrado a salir poco de casa; al principio solo para comprar productos de primera necesidad, regresando inmediatamente a casa. Podíamos, eso sí, sacar el perro a pasear y hacer sus necesidades, volviendo rápidamente al domicilio, eso si teníamos perro. Poco a poco, lentamente, mejoraron algunas circunstancias, como poder permanecer en terrazas hasta las cinco, y más adelante prolongando los horarios hasta la medianoche. Un alivio y una fiesta. Antes de la pandemia no le dábamos importancia porque salíamos a la hora que quisiéramos, pero ahora nos percatamos del valor que tiene la libertad, sin sancionarnos por ello.

También ha habido cosas buenas, como: leer y aprender; dejar de fumar, hacer régimen; cuidar, hablar, cocinar y disfrutar de los hijos, enseñarles a comportarse, y a ayudar; conocerlos desde la proximidad, en fin… Y, lo mejor de todo, contemplar el agua del mar limpia y transparente como hacía años que no veíamos. Los árboles crecidos, de un verde impecable; el cielo inmaculado de día y de noche, respirando aire puro. Y las carreteras casi vacías, el silencio nocturno y la inmensa calma admirable, apreciando la vida del pueblo y ciudades. Durante la prohibición añorábamos la calle y ahora añoramos la tranquilidad que hemos disfrutado. Nunca podremos tenerlo todo. Debemos elegir: naturaleza o dinero, salud o enfermedad, felicidad o depresión.