Las Illes Balears han conseguido lo increíble e inusual. Tenemos una comunidad totalmente dividida y no por una cuestión política, que sería lo normal, sino por la extrema polarización entre los mismos isleños por ideas contrarias: aumentar el turismo o disminuirlo, qué de llegar al paroxismo; partidarios de uno u otro lado, se enzarzarán mutuamente a gritos y golpes, destrozando mobiliario urbano, escaparates, quema de coches, cajeros, parques, flores, etc.
No lo tomen a guasa, por favor, sólo tienen que repasar la historia pasada y reciente observando los motivos, a veces nimios, para el estallido de una violenta explosión. Tranquilos, entre nosotros tal cosa no sucederá, por lo menos durante algunos años. Sin embargo, de no establecer acuerdos específicos y definitivos, dirigidos por un Govern válido, inteligente e inflexible, avanzado y ecológico; capaz de acabar con los innumerables desaguisados urbanísticos en el litoral, avejentado, pero continuando ampliaciones hoteleras o construyéndolos; tendremos un duro enfrentamiento, que no ha hecho más que empezar.
La pandemia ha abierto los ojos, especialmente, a los naturales de estas Islas; antaño fascinantes, plagadas de visitantes ilustres: artistas, escritores, espeleólogos, creadores; embelesados ante las inefables bellezas isleñas; sus costumbres, arquitectura, gastronomía, playas, encinares y bosques vírgenes.
Aquellos ilustrados personajes no cesaron de hablar y escribir sobre la armonía, pacífica y serena de su paisaje terrestre y marítimo. ¿Qué pensarían hoy aquellos que tanto amaron nuestras Islas? Quedarían horrorizados, estupefactos, sin comprender cómo las autoridades locales, ya en plena democracia, autorizaron a autóctonos, foráneos y extranjeros a devastar la costa de un paraíso de asombrosa naturaleza: con el único fin de ganar dinero a espuertas, importándoles un pepino todo; ciegos, sordos, con mal gusto.
Y, para llegar a ser demócratas plenamente, antes hemos de ser cultos y educados; aprender a hablar bajito, no llamando la atención al entrar en el hotel Ritz, donde los camareros tienen más clase que los clientes, ni tampoco ir a Maxim's y no saber qué pedir o ir al teatro o a un concierto y reír o aplaudir cuando no toca.
Todos somos iguales, muy cierto, pero nuestra gente debe aspirar a saber estar, saber vestir, saber comer. Necesitan conocer El Prado, el Reina Sofía, el Louvre y más arte… conocer a Cervantes, Shakespeare... y culturizarse. Los europeos, igualitarios, son correctos en cualquier lugar. El dinero no lo es todo, debe estar acorde con el comportamiento. ¡Ánimo!
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