El primer día del verano, el pasado 21 de junio, presentó un diputado cuyo nombre no viene ahora al caso tres preguntas para ser respondidas en el Parlament balear. Las tres, se relacionaban con la proliferación de serpientes –que es algo que preocupa más de lo que parece, sobre todo en Eivissa– y una, concretamente, pretendía aclarar si la Conselleria de Medi Ambient había encargado algún informe, estudio o similar sobre el asunto. Ay, las serpientes.
Quienes se dedican al periodismo y tienen cierta edad (es curioso que la expresión «cierta edad» tienda a identificarse siempre con alguien mayor) sabrán que, a partir del 1 de julio, había que intentar capturar una serpiente de verano y, lejos de liquidarla, lo aconsejable era que viviera unas semanas más o, incluso, que llegara hasta finales de agosto. Una serpiente de verano (por dejar las cosas claras) venía a ser una historia que, en cualquier otra época del año, resultaría más difícil de creer –un tanto rocambolesca quizás– pero que la sequía informativa permitía encajarla mejor. Se cuenta que tomaba el nombre del mítico monstruo de Lago Ness, en Escocia y avistado, de tanto en tanto, como los ovnis. Cuando una serpiente de verano se convertía en «apuesta informativa» (una expresión muy de la jerga del periodismo) era como para echarse a temblar si antes no se habían tomado ciertos controles.
Lo bueno de las serpientes de verano era que sólo comparecían en verano y que si alguna información no tenían todos los visos de ser cierta fuera de ese periodo de tiempo se despachaba diciendo «bah, eso es una serpiente de verano». Muchas de esas serpientes eran lo que hoy llamaríamos fake news , mentiras o realidad paralela aunque todavía no existían las redes sociales. Hace tiempo que las serpientes de verano no son más que otra cara de la realidad. O, posiblemente, la realidad toda es una serpiente de verano.
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