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El 15 de agosto de 1945, hace exactamente 76 años, se produjo la rendición de Japón, consecuencia inmediata de las bombas arrojadas sobre la población civil. En Hiroshima 245.000 personas murieron, la mitad en el acto, la otra mitad como consecuencia de la radiación, pocos días o semanas después. Fotografías de la época muestran la desolación de una ciudad destruida. Son esa clase de imágenes que claman un ‘nunca jamás’. Sin embargo, un edificio quedó en pie: la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde cuatro jesuitas norteamericanos rezaban sin cesar. Tras el bombardeo se les advirtió que, más tarde o más temprano, enfermarían de cáncer como consecuencia de la radiación a la que habían estado expuestos pero, a día de hoy, ninguno de ellos ha contraído la enfermedad. Cuatro sacerdotes rezaban. Se salvaron ellos, salvaron la esperanza y salvaron esa clase de civilización que cree en Dios y que busca la paz.

La paz es a los pueblos lo que la salud a los individuos, con frecuencia se recuerda solo cuando se pierde y, hoy, esa civilización se debate en Afganistán, en Centroeuropa y aquí mismo, en los límites de la Unión Europea, que lindan con el mar y con las Islas Baleares. Una de las fronteras de la UE se encuentra a nuestra puerta y a nuestra puerta llaman refugiados que huyen de nuevas y antiguas pestes: escasez, hambre, persecución. Rodeada de pateras y barcazas, Mallorca se encuentra sitiada por un grito pacífico que pide socorro. Antes de que sea demasiado tarde digámosle sí a la Paz. Digámosle no a Hiroshima. Juguemos un partido y ganemos:

Mallorca 1 - Hiroshima 0. La semilla que sembremos ahora la cosecharemos al ciento por uno porque Dios no se deja ganar nunca en generosidad.