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Alguien dijo que desde el momento en que nacemos creemos contar con todo el tiempo del mundo y en verdad, incluso transcurrido un tiempo, pensamos seguir disponiendo absolutamente de él como si no tuviese caducidad, no al menos para uno mismo. La eternidad es el cuadro que preside el cabecero de nuestros sueños. Mientras tanto la vida transcurre a una velocidad vertiginosa, hasta el punto que descubrimos que lo que realmente precisamos es ganar tiempo al tiempo, cuando al volvernos somos conscientes de que empezamos a coleccionar décadas de olvido en la zaga. La excusa es para ello la máxima autoridad existente en el campo de batalla donde escribimos todos y cada uno de nuestros capítulos. Sí, hablamos de fechas sine die acerca de aquello que haremos algún día, nos pavoneamos entre amigos y brindis sobre la posibilidad de lo imposible que, durante unos instantes, nos llena de júbilo porque terminamos acaso creyéndonos nuestras propias palabras.

Sin embargo es en el transcurso efímero de esa creencia donde nace la posibilidad y donde todo se alinea y posiciona para que movamos la ficha que hará que todo aquello que remueve nuestra tranquilidad, se convierta en nuestro proyecto de futuro, puede que aquél por el cual habrá merecido la pena nuestra existencia. Es cierto que hay un momento para todo y que todo depende a su vez del momento personal, pero también existe ese momento en el cual uno se halla en un cruce en mitad del desierto donde existen varios caminos a elegir, en ese momento uno ya ha vivido alguna que otra circunstancia, ha sufrido también relevantes pérdidas que le han soltado de la mano y lo mucho que perder se convierte por ensalmo en lo mucho que ganar.

En el cruce llamado ‘el cruce de la soledad’ se llega, incluso acompañado, con la seguridad de qué camino recorrer en ese desierto de silencio y espejismos. Hace 3 días exactos que alguien, sin saber cuánto me influirían sus palabras, me dijo, cuando uno toma un camino, debe tomarlo con todas sus consecuencias hasta el final. Queda para el resto un tintero lleno de colores informes que nunca alcanzaron el sueño de verse plasmados en un lienzo porque el pintor pensó tantas veces en tantos paisajes que nunca se decidió a apostar por el que le quemaba el alma. En su creencia acerca de la eternidad, no se detuvieron a pensar que algún día, siendo ya muy ancianos, con toda probabilidad se arrepentirían, de no haber pintado el cuadro de su vida. Les regalo a todos ustedes un lienzo.