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Parece que ha ido bien la reducción de velocidad en la mayoría de las calles de Palma. Falta la última estadística sobre la vía de cintura, pero el seguimiento de las noticias de sucesos indican que la decisión restrictiva ha provocado más seguridad y menos accidentes graves. Hay prohibiciones buenas aunque sean acogidas con indignación por algunos ciudadanos que circulan con prisas o, como se decía antes, como almas que se lleva el diablo. Cinco muertos menos justifican esa apuesta por el sosiego.

Visto de lejos son solo cifras, que algunos califican de tributo inevitable al exceso de coches y de descerebrados, cuando deberían aplaudir todo lo que contribuya al logro de cero víctimas. Es utópico, como es una utopía que esos conductores de la calle es mía y el asfalto es para los coches que tengan cierto respeto y mucha precaución ante esas rayas blancas que atraviesan la calzada. Cuento todas las mañanas el número de conductores que ignoran con desprecio las señales cuando estoy al borde de un paso de cebra sin semáforo, con signos ostensibles de que quiero atravesarlo. No menos de siete u ocho hasta que alguno tiene la decencia de frenar. Y más de una vez, algún coche me ha regateado en las mismísimas rayas. Qué prisa tienen.

Por qué no más campañas y más vigilancia para que la gente respete el derecho y la seguridad del peatón. Mira que se ha repetido y escrito en mil y una ocasiones. Ni caso. Y cada día, insultos y gestos de desprecio y odio. Contra estos burros y burras impacientes, nada de buenismo, nada de tolerancia. Que los empapelen.