Lo más divertido de la cumbre de la OTAN va a ser ver a madrileños protestando durante tres días, cual habitantes de media Mallorca en medio de una prueba ciclista. Las molestias de tener a los dirigentes de las potencias occidentales atravesando en coches oficiales darán de sí más que el propio debate sobre el futuro de la Alianza Atlántica, la incorporación de Suecia y Finlandia y qué hacer con la invasión rusa de Ucrania.
Como es habitual, cualquier molestia, por leve que sea, que sufra un madrileño tendrá altavoces por doquier. Se lo van a pasar pipa lamentándose de lo mucho que les limita acoger el encuentro, algo que, por lo demás, solo responde a la importancia intrínseca de la capital. Podían haber hecho la reunión en Palencia o Ciudad Real, seguramente sin ninguna queja y con resultados tan buenos o mejores. En cualquier caso, el enfado ciudadano ante eventos se extiende por doquier. Vecinos de La Vileta y Son Rapinya protestaron amargamente este fin de semana por las restricciones de tráfico provocadas por el Campeonato de España de Ciclismo.
No hay acontecimiento que no llame la atención casi más por estos lamentos que por el hecho en sí. Parece que el personal está ya muy quemado para pensar en la hospitalidad o en las posibles ventajas de este tipo de acontecimientos. Hace unas décadas, acoger un campeonato nacional o una gran cumbre internacional habría sido motivo de orgullo sin más rechiste. Como mucho, algún mascullar por lo bajini. Se ha hecho necesario exteriorizar el enfado sin límite y, más tarde, enfadarse con el enfadado. Por eso va a ser tan divertido ver a madrileños estos días. Como para que los de la OTAN no tomen nota y midan los posibles sacrificios que la sociedad está dispuesta a realizar.
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