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Según el Instituto Nacional de Estadística, en el primer semestre del año en curso, en Baleares, la natalidad se ha situado por debajo de la mortalidad. Lo cual quiere decir que en nuestras islas ha habido más fallecidos que nacidos. Lo que no nos dicen es la procedencia o el origen de los nacidos porque si nos lo dijeran, veríamos que una buena parte de los neonatos son hijos de inmigrantes a los que la moda de la bajada natalicia no les afecta ni por religión. Vamos que, si fuéramos honestos y nuestra honestidad objetiva, tendríamos añadir a la fuente informativa que la natalidad española, por no decir balear, hace tiempo que tocó fondo.

Quizás suene feo o mal o lo que quieras, pero no tenemos niños porque no queremos, porque no nos conviene y porque no nos interesa. Ya tenemos otras gentes para que los tengan. Hemos creado una nueva sociedad en la que aquello que algunos llamaban familia se ha convertido en una fórmula de vivencia en vías de extinción, una situación exótica, minoritaria y anómala objeto de estudio para sociólogos y antropólogos.

Las fórmulas combinatorias de emparejamientos que hemos puesto de moda no favorecen la idea de natalidad ni por asombro. Así que, de qué nos asombramos. Lo asombroso sería lo contrario. Hemos normalizado una sociedad contradictoria con políticas que reclaman el indigenismo radical, la autoctonía histórica, la identidad local y la tradición cultural y lingüística, al tiempo que promueven la diversidad heterogénea, la integración genérica, la universalidad histérica y la multiculturalidad galáctica. Pero no nos preocupemos, en un par de generaciones nuestros nietos serán políglotas, multiculturales y pluripersonales, si es que conseguimos tener nietos. Yo, mientras tanto, seguiré poniendo una vela a San Ramón Nonato, por aquello de los milagros en los alumbramientos.