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El desconcierto entre la población es lógico: la temporada turística ha sido excelente, hay pleno empleo en Balears y la COVID ya no condiciona nuestra vida, ¿por qué las noticias sobre el próximo invierno son tan apocalípticas?

En mi opinión, en esta ocasión el tono alarmista de las noticias está justificado. Todo aquel que tenga que llenar el carro de la compra o el depósito de gasolina sabe perfectamente lo mucho que ha subido todo. Los costes de la energía y de algunas materias primas, junto a la escasez de algunos productos, han hecho encarecer todas las actividades económicas, que poco a poco están trasladando estas subidas, al menos en parte, a los precios finales. La inflación acabará el año en el 8,7 %, según el Banco de España. Aquellos con hipoteca variable ya empiezan a tener incrementos considerables de la cuota mensual. Y todo ello cuando en Balears muchas familias ven reducidos sus ingresos al finalizar la temporada turística.

Esta situación coyuntural está provocada por dos causas principales. La primera es que no se ha alcanzado la plena ‘normalidad' precovid porque continúan los problemas de producción, suministro y transporte de ciertas materias primas y productos. Y la segunda es la guerra de Ucrania, cuyas consecuencias no alcanzamos a pronosticar.

La situación estructural tampoco es favorable. Es cierto que las cifras de paro son mínimas, pero Mallorca arrastra un problema de estacionalidad y de excesiva dependencia turística que tiene consecuencias en las cotizaciones, las pensiones, el nivel de vida, infraestructuras sobredimensionadas, baja formación, sobrecualificación y gentrificación.

La incertidumbre lastra la confianza y perjudica la inversión. Cada vez será más difícil conseguir financiación bancaria y la depreciación del euro tiene consecuencias nefastas. Se aproximan tensiones en las negociaciones salariales y las políticas de compensación de la inflación se piensan más en clave electoral que en el impacto marginal sobre la economía. Tampoco ayuda la lentitud de los fondos europeos, aunque lo peor es que se ha perdido una oportunidad única para activar dos palancas necesarias e imprescindibles: la digitalización de las administraciones públicas y la reducción de la burocracia.