El Mundial de fútbol, por encima de competiciones nacionales o continentales, tiene la virtud de despertar en nosotros al filósofo o analista geopolítico que llevamos dentro. Como ejemplo, mi amigo Ayad.
Ayad dice que en la final del Mundial vio a un equipo con jugadores de apellido europeo (Martínez, Romero, Tagliafico, Di María, Messi, Álvarez, etc) y otro en el que apellidos europeos y africanos se mezclaban (Koundé, Lloris, Mbappé, Rabiot, Kolo, Griezmann, etc). O sea, que al final, según Ayad, ganó Europa (lo que él siente que es Europa). Solo podía ganar Europa, apostilló. Como siempre.
Sea como fuere, hay que reconocer que nada como una competición futbolística para poder soltar la mala baba que todos llevamos dentro. Nunca se valorará lo suficiente el bien que el fútbol le hace a la sociedad.
Para concluir: yo estuve entre los que fueron a la plaza de las tortugas a cantar eso de «muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar…». Nadie festeja la victoria de su selección como los argentinos.
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