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Nunca olvidaré aquel 13 de diciembre de 2022. Hacía un mes y medio que vivía, a solas para no alarmar, una angustia terrible: después de las pruebas ‘de esfuerzo’ y ‘de sistema nuclear’ nacieron las sospechas de que en mi corazón algo iba mal, y el médico determinó practicar un cateterismo cardíaco. El doctor me explicó en qué consistía el cateterismo. Es cosa fácil –me dijo– una noche en la clínica y, si no hay complicaciones, que no las hay en más de mil casos, al día siguiente ya puedes ir a casa. Mi pensamiento era: ¿i si en estos mil casos entrase yo?

Eso de que, mediante un catéter, se entre en mi corazón para explorar, no me va. Mi ignorancia me hacía pensar: ¿podría dañar a este órgano central de mi cuerpo, de cuya fortaleza hasta ahora había presumido gracias al deporte practicado en toda mi vida? Con estas dudas ingresé en la clínica el día 13 de diciembre.

Había sido un día ajetreado: casi toda la mañana pasé en Son Espases acompañando a mi hermana con motivo de una intervención de oftalmología… Al final de la intervención me dijo mi amigo el Dr. Álvaro: todo ha ido bien, no hay nada. Sus palabras eran el mejor regalo de Navidad…