TW
1

En los años 70 yo tenía un R-6 verde, estupendo vehículo francés abundante entonces, de aspecto algo rudo y destartalado, muy campestre, con el cambio de marchas en el tablero, junto al volante, y que se podía adecuar para el transporte de herramientas y mercancías. Cajas de naranjas y limones, sacos de cebollas, teodolitos, cosas así. O animales, también cabían animales de mediano tamaño. Me gustaba mucho mi R-6 verde botella, del que no había vuelto a acordarme en cuarenta años, y que mira por dónde, la semana pasada empecé a echar de menos. Disparatado. Estaba comiendo un potaje de garbanzos guisado por mí mismo, cuando quién sabe por qué tortuosa asociación de ideas me vino a la mente el R-6. Y ya no me lo he quitado de la cabeza. Me gustaría tenerlo, y sobre todo, ver coches así en la calle, no las pijadas actuales. Conducirlo no, porque hace décadas que me quité de las cuatro ruedas, solo me desplazo en Vespa. Saber dónde está, darle un vistazo. No suelo ser nostálgico, pero puestos a echar algo de menos, seguro que he perdido en esta vida cosas mucho más importantes. Atónito me deja echar de menos ese puto coche; valiente idiotez melancólica. He oído decir que la gente sensata se pone melancólica con cosas serias. Cartas de amor encontradas en un viejo libro, fotografías añejas, visitar el viejo barrio donde corretearon de niños, aquella antigua novia… ¡Pero un R-6 de hace cincuenta años…! Me duermo y me despierto pensando él, menuda melancolía grotesca. Podría ser simbólica, pero qué mierda va a simbolizar un vulgar R-6. He pensado si se tratará de la melancolía flatulenta hipocondríaca de la que hablaba Robert Burton en Anatomía de la melancolía (pág. 393), o quizá de Dios como causa de la melancolía (pág. 183), o incluso de la miseria de los estudiosos, y por qué son tan melancólicas las musas (pág. 297). Pero no, lo del viejo coche es mucho más estúpido, parece que también soy un desastre en lo de ponerme melancólico sin más ni más. Durero sí que sabía; yo no. Y sin embargo, lo echo de menos. No sé por qué. En fin, confío que semejante melancolía para tontos no me dure mucho. Por eso lo cuento, mientras busco algo importante para echarlo de menos.