Ni un mes ha pasado de las elecciones municipales y autonómicas y aquí ya se lía parda. Juan Rodríguez, alcalde en funciones de ses Salines, por el Partido Popular, se ha quitado la careta en bien de la moralidad pública para evitar que en las playas del municipio no nos pongamos en modo Eva y Adán. La prohibición de practicar nudismo se saldaría, según la ordenanza municipal del Ayuntamiento, aprobada este abril por el PP, PI y Ciudadanos, con una multa que podría alcanzar los 750 euros. Pues el edil ha quedado al descubierto y ha tenido que vestir sus palabras. La medida solo se aplicará en las playas urbanas, es decir, de las diez, solo dos, Cala Galiota y es Port deberán quedar vestidas.
La legislación estatal permite el nudismo. En 1989 dejó de ser delito de escándalo público. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo ve, además, como una muestra de libertad de expresión. ¿Cómo es posible que desde el Consistorio de ses Salines aprobasen una ordenanza que contraviene la legislación estatal y le tosa a la europea? Habrá que rasgarse las vestiduras y poner al desnudo otras cuestiones de ¿índole moral, acaso? ¿Aquellas que se formulan en nombre de la estética? ¿O las que atienden a criterios de índole publicitaria, ergo económica?
Si empezamos por el final, vestir la playa con el trapo de una bandera azul no garantiza que sea ejemplo de calidad ambiental sino más bien un reclamo publicitario para el ya hinchado mercado turístico. Al parecer, la normativa aprobada en ses Salines por el gobierno municipal en funciones, de mayoría conservadora, se ceñía a teñir de azul sus playas.
Si nos atenemos al tema estético podemos entrar en un jardín. Decido deshojar la margarita. El otro día iba caminando por la playa urbana de la calle Sant Miquel en Palma. La vestimenta o la nula o escaso trapo de muchos de sus turistas han convertido la arteria comercial de la ciudad en una playa urbana. Literalmente, ¡la vi!: una señora deambulaba con un bikini, sin cortarse un pelo. Bienvenida a la Playa de Palma. Si veo cuerpos desnudos en un arenal, no me siento incómoda salvo que se dediquen a instagramear el momento paraíso a dos centímetros de mis narices. ¿Por qué tenemos tanto miedo al cuerpo, a la piel, al desnudo en playas y no nos da rubor la publicidad sexista que exhibe a mujeres como cebo publicitario en paños menores, repantingadas sobre el capó de un lujoso automóvil, por poner un ejemplo?
Dinero, moral y estética en una normativa que muestra apego al textil y resquemor a la desnudez. Hemos olvidado la liberación de los años 70 para ceñirnos el corsé de un tiempo que ya asoma la nariz y anuncia mucha pérdida, y no de ropa, sino de libertades.
P.S. En la ordenanza de ses Salines se permite fumar en las playas siempre y cuando lleve su cenicero. Vamos a ver la recolección de colillas en plena temporada. Será como en años anteriores, fecunda en chusta.
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