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Las manzanas son de largo la fruta más erótica y atractiva, y no sólo por el episodio bíblico del bien y del mal a la sombra del árbol de la sabiduría. Por la forma, por el color, por la textura, por su elevada materialidad (en la materialidad y en la forma reside el erotismo), por el sabor y el olor, por todo. El tacto de una manzana (el amor reside en el tacto) está a la altura de su belleza exterior (que es la belleza propiamente dicha), de ella se extraen excelentes fermentados, y como además tiene corazón, nos basta una sola manzana para pergeñar un soneto. Erótico, como los de Aretino. No digamos un barril de manzanas, que a mí ya me deja embobado. Por lo del erotismo. Ya sé que otras frutas tienen más fama de lo mismo, como los higos, los plátanos y las fresas, pero ahí se trata de un erotismo tan excesivo que es una ordinariez. Ni siquiera es pornografía, es tontería. Y el melocotón, claro está, de un erotismo obvio y recargado, al que millares de poetastros lujuriosos llevan siglos sexualizando (cosificándolos, se diría ahora) a base de metáforas frutales subidas de tono. Erotismo infantil, los melocotones. Como el del melón, que llega a la zafiedad si se los menciona en plural. Del erotismo de la uva también se ha hablado mucho, pero al contrario del melocotón, para mí es un erotismo demasiado intelectual y distante, ya que para que funcione hay que presentir una jarra de vino al mirar los racimos. Demasiada reflexión. La manzana en cambio es la inmediatez, y como sin duda comprenderán, en la inmediatez está el erotismo. Al que yo no llamaría cosificación, porque cuando me como una manzana, me como una manzana; es decir, una fruta y no una cosa. Con una cosa ni siquiera me acostaría, aunque fuese un melocotón cargado de literatura. ¿Y es importante que, además de un buen alimento, las manzanas sean la fruta más erótica? No mucho, la verdad, pero es algo. Las hay todo el año, pero septiembre es el mes de las manzanas (y las uvas), y me ha parecido oportuno recordarlo. No contestan la gran pregunta filosófica del sabio Leibniz de por qué existe algo en vez de no haber nada, pero casi. Miras una manzana y olvidas todas las preguntas. Le das un bocado.