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Antoni Llabrés, hombre de consenso para la presidencia de la Obra Cultural Balear, ha mostrado un optimismo relativo respecto al futuro de la lengua catalana en el Archipiélago. Se basa en que sólo el 13 por ciento del electorado es abiertamente contrario al idioma propio, protegido por el Estatut. A ello hay que añadir que el grupo de Vox en el Parlament, a quien correspondía este segmento electoral, ha saltado por los aires y cinco de sus diputados aseguran en la práctica la pervivencia del Govern Prohens hasta 2027. Se trata de un Ejecutivo que no quiere repetir el festival circense que organizó José Ramón Bauzá hace una década, enfrentándose de manera ciega y suicida a la comunidad educativa isleña.

Todo indica que Prohens apostará por el apaciguamiento lingüístico, por la negociación y por la convicción de no cometer errores de bulto. Pero no hay que engañarse. Esta es sólo una parte del pleito. La paz lingüística en Balears, partiendo también del respeto y protección que reclama la Constitución hacia las lenguas minorizadas, depende en última instancia de lo que decida el poder ultraconservador popular de los Aznar y Ayuso entronizado en Madrid, y de sus demagogos radiofónicos, que han incendiado la cuestión educativa y lingüística exhibiendo especial saña hacia Balears. Ahí está el verdadero poder, el que puede forzar a Prohens tomar medidas contra la lengua propia, aun arriesgándose a crear tensiones sociales.

Es hora que la OCB haga gala de su fuerza y plante cara a la demagogia madrileñista, a la ira de obsesos reaccionarios que buscan desdibujar y someter la realidad isleña a la medida de sus diatribas. Es en este ámbito donde la OCB ha de movilizarse, por tierra, mar y aire, es decir, desde las ópticas científica, cultural e ideológica. El poderío madrileño se ha transformado en espada de Damocles contra los hechos diferenciales. Este es el verdadero pulso.