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Los isleños en general y los palmesanos en particular no solemos ser, normalmente, demasiado efusivos a la hora de expresar nuestros sentimientos y afectos en público, y quizás tampoco en privado. Esa tendencia a la contención tal vez solo la rompan las parejas de enamorados y los seguidores del Real Mallorca, en especial cuando las cosas van bien. Pude comprobarlo de nuevo en ambos supuestos justamente este pasado martes, primero por la mañana, en la confluencia de las calles Aragó y Nicolau de Pacs, y luego por la noche, en la Plaça de ses Tortugues y en otros espacios de Ciutat. Así, quienes paseábamos al mediodía a la altura de las dos calles citadas pudimos ver a dos adolescentes que se abrazaban con ternura, incapaces de separarse y ajenos por completo al resto del mundo. Era una imagen muy dulce y preciosa. Como bien sabemos, un abrazo puede querer decir muchas cosas distintas, dependiendo de las circunstancias y del momento en que se produce, como por ejemplo te quiero, quiéreme, soy muy feliz, solo me importas tú, me encuentro triste, tengo miedo, ayúdame, protégeme, dame calor, por favor no me dejes, no me abandones nunca. En aquel caso concreto, ese abrazo era sin duda una muestra de amor y de felicidad. Unas horas después, ya por la noche, cuando el Mallorca selló heroicamente ante la Real Sociedad su pase a la final de la Copa del Rey, hubo al unísono miles de abrazos semejantes en toda la Isla, unos abrazos que eran igualmente de amor -a unos colores- y de felicidad, pues este equipo -mi equipo- enamora e ilusiona también de verdad.