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El otro día, un grupo de glosadors de Artà decidió escribirle unos versos a una inmobiliaria americana reclamando que no vengan a Mallorca a comprar. Suplicando a los mallorquines que no vendan. Sospecho que será un ruego tardío y sin remedio. Los americanos son verdaderos potentados y compran por cinco lo que un alemán compró por un millón, lo que un mallorquín vendió por 200.000 euros. En la cadena trófica inmobiliaria somos los imbéciles. Los bomberos de Formentera viven en Mallorca y tardan cinco horas en ir al trabajo. Mientras tanto, se ha desmantelado una organización criminal sueca en Palma, que compraba y reformaba propiedades para blanquear dinero narco de Suecia. Los señores que comen rollos de canela también tienen su lado oscuro. Mientras, los expertos de Don Piso nos dicen que tenemos que comprar ya vivienda porque seguirá subiendo su precio (¡corred, que vienen los americanos!). Tengo una amiga que se ha comprado un prado, en la comarca en la que nació mi abuela materna, en una zona minera allá donde mi bisabuelo murió por un derrumbe. Cuando estoy agobiada por el calor, por el ruido de los guiris en mi calle, voy al móvil y miro las fotos que me mandó mi amiga. Y pienso mucho en ese prado, fresco, verde, vacío. A veces la única solución es echar una Primitiva. Aunque en Mallorca es infinitamente más probable que Mark Zuckerberg te compre la casa a que te toque el Euromillones. Y ahora está con su megayate de cinco plantas, que es más grande que el edificio en el que vivo, surcando nuestra costa, ¿buscando casa? ¿Quién puede resistirse a pegar el pelotazo? ¿A la llamada de Mark?