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Con escasas concreciones y mensajes fáciles para abordar temas complicados, con una cautelosa incertidumbre, la ultraderecha, vencedora de los comicios europeos en Francia, marca el paso económico al resto de sus homónimas en el continente. Sin embargo, hemos podido conocer algunas de sus propuestas en el terreno económico, mensajes que se hunden, como siempre, en el mantra epidérmico del conservadurismo económico: bajar impuestos, en concreto a las franjas más adineradas de la población, reducir el IVA en determinados componentes (energéticos, básicamente) del 20 % al 5 % y, en paralelo, subir los gastos –entre otros, el de pensiones– junto al mantenimiento de ayudas y subvenciones a empresas cuya especificación es, por el momento, desconocida. El relato es el mismo, o muy parecido, al que suscribió la ex primer ministra del Reino Unido, Liz Truss, junto a su gran gurú económico Kwasi Kuarteng, un experto formado nada menos que en Cambridge, preconizando bajadas importantes de ingresos a la vez que incremento de los gastos. Ya sabemos cuál fue la reacción de los mercados ante ese proyecto: el posible ataque a la libra esterlina. Y, sobre todo, algo transcendental en economía: los inversores no se lo creyeron. Truss y su gurú dejaron el gobierno: una caída que arrastró a buena parte de esas reglas neoliberales que, no obstante, se quieren seguir aplicado empecinadamente.   

El programa ultra difiere poco de otros planteamientos de la derecha conservadora, en su búsqueda de un terreno de economía liberal que les sea propicio y que, además, preserve sus principios ideológicos: la libertad –sin que se concrete qué se quiere decir con esto–, la desregulación en la mayor parte de los mercados –aquí lo entendemos a la perfección–, la retirada de ayudas a la inmigración, una medida que, sorprendentemente, se vincula a un incremento casi automático de ingresos –y que descoloca cualquier análisis económico sensato–. Lo que hoy en día conocemos sobre el recetario de la ultraderecha francesa que, insisto, fija el modelo para las otras, ha tenido ya reacciones con solo conocer los tenues anuncios formulados por los dirigentes ultraconservadores. Así, las agencias de rating advierten de la inestabilidad económica que genera la situación gala con esos aspectos: Moody’s, Fitch y Standard&Poors ya han señalado posibles problemas de solvencia en la economía francesa, máxime cuando dos días después de las elecciones la prima de riesgo gala se elevó. Los mercados no ven equilibrios entre ingresos y gastos; es más, ven mayores déficits y previsibles dificultades para enjuagarlos.

Al mismo tiempo, algunos economistas liberales de prestigio, como Olivier Blanchard, del MIT, han subrayado que ese programa económico es totalmente irresponsable desde la óptica fiscal. Y lo es por no tener en cuenta la realidad francesa ni la europea, en un vector clave: el proceso de envejecimiento demográfico que, entre otros factores, va a necesitar la incorporación de población inmigrante en los próximos años, según todas las prospecciones solventes que existen. Esperemos más concreción para saber lo que puede esperarle a Europa.