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El líder del principal partido de la oposición y aspirante institucionalizado a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, ha incorporado a su discurso el morbo de la «tercera carta» de Sánchez como remedio a los problemas de un país visto desde la calle Génova (sede del PP) como un compendio de males sin mezcla de bien alguno.

Se supone que Feijóo hace alusión a las dos cartas primaverales del presidente a la ciudadanía. Una para insinuar que podía irse si llegaba a la conclusión de que oficiar de macho alfa de la política nacional no compensa el sufrimiento de un hombre enamorado de su esposa. Y otra para comunicar su decisión de continuar a pesar de todo porque su gente se lo había pedido en la calle.

Habida cuenta que lo de su esposa ha ido a más en los ojos escrutadores de los fabricantes de fango (jueces politizados, periodistas insumisos), el líder del PP ha concebido la esperanza de que Sánchez redacte su «tercera y definitiva carta» con motivo de haber sido emplazado por un juez a declarar en relación con las actividades profesionales de Begoña Gómez.

Creo que no hace falta referirse al pecado original de la legislatura, el que está en la fuente de todos los bienes    y de todos los males.    Que ahora califiquen de «rabieta» las amenazas de Puigdemont no desactiva las consecuencias del reciente frenazo de Junts a los planes migratorios y presupuestarios del Gobierno.

Si finalmente el sanchismo cerrase un acuerdo con ERC para hacer presidente de la Generalitat a Salvador Illa, y los militantes de ese partido independentistas lo respaldasen, el despecho de Puigdemont puede convertirse en la «tercera carta» con la que Feijóo sueña llegar a la Moncloa.