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Con frecuencia nos vamos impregnando de lo tóxico de la vida. Las malas noticias parece que tienen mayor volumen y entran con mayor facilidad en nuestro interior. Esto es modificable. Debemos imponernos filtros que eliminen a modo de ‘spam’ aquello que es pernicioso para nuestro bienestar. La telebasura aporta mucha toxicidad. Todo es vulgar, yo diría patético. Las formas de relacionarnos han sufrido una especie de mutación, fruto de un nihilismo icónico y de una competitividad infructuosa. Modelos de referencia en la vida para los jóvenes que son realmente, no solo insustanciales, sino claramente devastadores para su educación. El séptimo arte ya no genera películas hoy denominadas despectivamente ‘pastelitos’. Ahora la violencia ocupa la mayor oferta cinéfila. Los videojuegos, en su mayoría, incitan a la violencia. El porno a edades tempranas es pernicioso.

El deporte ha perdido la esencia de su existencia y se ha convertido en el opio del hastío generalizado, en una especie de religión que llena espacios del vacío existencial reinante. La necesidad de pertenencia a una tribu genera pasiones que colman el negocio del ‘marchandising’. La vida, si estás receptivo y expectante siempre te ofrece alternativas maravillosas y sanadoras. En las últimas semanas he tenido ejemplos claros. Una tarde en mis paseos terapéuticos, una pareja adorable de personas mayores,me saludó. Me dijeron que me leían y me agasajaron con unas frases que en otros casos hubieran sonado aduladoras, pero brotadas de sus almas me emocionaron. No suelo hacerlo pero añadí tiempo al encuentro porque el impacto de un regalo de la vida me llegó al alma. Ellos me contaban algunos aspectos de su vida, no solo con la ausencia absoluta de reproches, sino con una ternura que llegó a mis entrañas. Agradecido, en otro de mis paseos los volví a encontrar, con su maravilloso pastor alemán. Emanaban amor y ternura en una intensidad tan fascinante que inundaron mi corazón.

Me querían agradecer que les dedicara un poco de mi tiempo y no fui capaz de hacerles entender que el agradecido era uno mismo. Me habían cargado de un halo de vida francamente sanador. Hace unas semanas compartimos unas viandas de reminiscencia árabe. Las viví como si fueran fotogramas tomados de las películas del protectorado español en África. Elegancia a raudales con formas culinarias moras. Ella una sílfide entre aria y española, él un personaje de rasgos socráticos, ambos dotados de un don de dios para la danza. Fruto de su amor engendraron una ninfa genéticamente modulada para la danza y el canto. Flotaba un aire de belleza estética y pasión por el arte, que entraba por los poros sin necesidad de utilizar los sentidos. Otro regalo de la vida. VIVIR en mayúsculas es una posibilidad que siempre hay que buscar. La vida te pone en el camino, maravillosos oasis que llenan el espíritu, para mitigar la vacuidad que ha elegido la sociedad que nos quieren imponer. Gracias de corazón.