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El discurso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, insiste en un argumento que todavía, supongo, hay sectores de la sociedad que se lo compran. Se basa en una afirmación, muy sencilla: si me conviene a mi es bueno para España. No hay matices. Recuerden que lo utilizó para quedarse en La Moncloa, justificar los indultos a los secesionistas catalanes o aprobar la amnistía a los implicados en el 1-O. Ahora, el mismo recurso lo aplica para justificar la concesión de la excepción fiscal para Catalunya a cambio de que Esquerra Republicana apoye la investidura de Salvador Illa como president de la Generalitat. Poco importa, a la vista está, de si sus decisiones generan agravios irreversibles; no hay precio ni principios cuando se trata de alcanzar sus objetivos políticos. Hace tiempo que Sánchez ostenta, y con diferencia, el liderato como el peor presidente del país. Supera con creces a su predecesor, José Luis Rodríguez Zapatero.

Guste o no, añadir a Catalunya en la fórmula del concierto económico que ahora tienen País Vasco y Navarra por razones históricas supone empobrecer al resto del Estado y, por extensión a las comunidades autónomas. A estas alturas lo de menos es lo que hayan decidido los militantes de Esquerra, la cuestión es cómo un presidente del Gobierno es capaz de poner en beneficio propio o de su partido la solvencia de las arcas públicas. Tiene razón el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, cuando denuncia que Sánchez va en contra de las esencias de la ideología progresista, como es la de fomentar las diferencias entre los ciudadanos. No se engañen, en el mismo momento que Catalunya pueda alcanzar su ansiada excepcionalidad fiscal la sanidad, la enseñanza, la seguridad y el resto de los servicios públicos alcanzaran unas prestaciones muy por encima de las del resto de España. Que se lo cuenten a los vascos y navarros.

Lo más lamentable es la ausencia del más mínimo espíritu crítico en las filas del PSOE, una formación que Sánchez ha logrado apesebrar incluso desde la óptica ideológica. Los catalanes han defendido siempre la existencia de un ‘hecho diferencial’ –lengua y cultura– con respecto al resto de comunidades, un planteamiento inaceptable por injusto y que se resolvió con la posibilidad de equiparación de competencias entre las vías de los artículos 151 y 143 de la Constitución. Estamos hablando de los años de la UCD de Adolfo Suárez. Sánchez les ha comprado la moto. ¡Menudo estadista! Veremos si en esta ocasión la jugada le sale bien o, por el contrario, se pone sensatez en toda esta deriva.

La economía, la clave

El vicepresidente y pope de las cuentas autonómicas, Antoni Costa, admitía días atrás que la economía balear superará las previsiones de este 2024. Es muy probable. Las zonas turísticas, entiéndase el conjunto de Balears, están a rebosar, aunque tampoco faltan algunos elementos que invitan al escepticismo; basta hablar con algunos pequeños empresarios de sectores vinculados a la construcción. El parón se nota, la alegría de los años pasados ya no existe. Es cierto que la industria turística en su conjunto se acelera y algunas cadenas ya anuncian subidas importantes de tarifas para la próxima temporada. No todo el monte es orégano.