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Hace ya mucho que se produjo el cambio de milenio y, sin embargo, parece que algunos modus vivendi siguen anclados en el novecentismo. Mientras unos abrazan la inteligencia artificial, se vuelcan con el reciclaje o adoptan la filosofía woke que caracteriza a nuestro tiempo, otros siguen apegados a los tiempos más férreos de la Revolución industrial, dos siglos atrás. El mundo avanza, señores, y ya es hora de dar pasos valientes y decididos adelante en vez de atrás. El nuevo primer ministro británico, laborista, acaba de lanzar su programa para el mundo laboral y su propuesta estrella consiste en ofrecer –si el empresario lo desea– la jornada de cuatro días, pero sin reducir las horas trabajadas. Es decir, currar cuatro días y diez horas cada jornada. ¿Es que alguien añora los duros años de la mina de carbón victoriana? ¿Han leído Germinal y se han inspirado? De un liberal acérrimo podríamos esperar este tipo de sandeces, pero de un socialista, francamente… para este viaje no se necesitaba ni una alforja. Da la sensación de que nos domina el miedo al progreso y de que solamente nos atrevemos a modificar algún pequeño detalle de nuestra sociedad siempre que vaya a favor de quienes mandan: los codiciosos usureros. Esta ridícula idea únicamente responde a un objetivo: que el ciudadano reparta su semana entre trabajo y consumo. Podrían hacernos creer que este modelo sirve para fomentar la vida familiar, saludable, cultural o social, pero tengo serias dudas, si durante más de la mitad de la semana uno está atrapado en la oficina. Añadamos la pausa para comer y el transporte y tendremos doce o trece horas diarias dedicadas al trabajo. Los días libres estarás tan agotado, que solo querrás respirar.