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No tengo gustos exquisitos, no soy un prescriptor fiable. Lo mejor de mis gustos es que son míos. Con los gustos pasa como con los pedos: dirán lo que quieran, pero los míos no me huelen mal. Eso sí, puedo comprender perfectamente que otros los consideren asquerosos, al fin y al cabo, son mis pedos, no los suyos. Hay quien confunde pedo propio con verdad universal, cuando no, con canon modélico. Me parece bien. De hecho, creo en la validez de determinados cánones, aunque no coincida con ellos. No tengo problema en admitir que el libro o la peli que acabo de disfrutar en realidad es un despropósito en toda regla. Quiero decir que puedo admitir e incluso apreciar las virtudes que convierten una obra determinada en obra importante, en parte imprescindible del canon de turno, y sin embargo no disfrutar de su lectura o visionado, o preferir otra obra menor, incluso uno de esos productos precocinados, infestados de hormonas, obviamente dañinos. Pero aprendí a convivir con el olor de mis pedos, ya lo dije. Al fin y al cabo, son míos y mis pedos no tienen por qué olerle bien a nadie que no sea yo.