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Isabel Díaz Ayuso le ha robado la cartera a Marga Prohens. Ha sido capaz de inventarse la nacionalidad madrileña, orillando los enormes problemas que aquejan a la periferia, que cada vez pinta menos dentro del propio PP. Ayuso ha convertido su autogobierno en un estilete centralista. Si algún día llega a presidir la Moncloa, recentralizará el Estado al puro estilo Felipe V. De Madrid, al cielo. Y el resto, con suerte al purgatorio, excepto catalanes y vascos, claro, para los que solo restará el camino del infierno. Ayuso domina las técnicas de lucha del poder autonómico. Utiliza sus recursos para engrasar a lo más derechista del poderío mediático madrileño, cuyo alcance llega a toda la Península y archipiélagos adyacentes. Expanden al unísono propaganda capitalina, proclamando en eslóganes floreados que en las riberas del Manzanares se practica «el mejor estilo de vida del mundo».

¿Alguien se imagina a Prohens citando a Pedro Sánchez en el Parlament balear para que explique por qué la autonomía isleña no puede cogestionar Son Sant Joan? Es una cuestión de primer orden que toca de lleno el futuro de centenares de miles de isleños. Sin embargo, Ayuso exige que el presidente y su mujer tengan que declarar en la Asamblea de Madrid por asuntos partidistas. Ha transformado su liderazgo autonómico en arma ideológica, dejando en ridículo a los Prohens, Mazón, Bonilla y al propio Feijóo. Ayuso convierte el Estado de las autonomías en caricatura. Ella hace ultranacionalismo madrileñista, como si el mundo se acabase al otro lado de la Sierra del Guadarrama. Para ella, «España es Madrid y Madrid es España». El resto debe conformarse con hacer folklorismo periférico. Y Marga tragando, y Bonilla tragando, y Feijóo tragando. Todos resignados, contemplando cómo la plurinacionalidad y pluriculturalidad constitucional comienza y acaba en la Puerta del Sol.