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Me resulta curioso que un club de fútbol con la solera del Real Madrid, en cuyo himno reza el dar la mano al perder y del que se presume un valor patrio por encima de los demás, sea el único que no se alegre de la obtención del Balón de Oro por parte de un jugador español. Vinicius Junior, que partía como gran favorito, se llevó el chasco de su todavía corta existencia; más cuando dos días antes, ante la provocación de Gavi mostrándole cuatros dedos en clara referencia a los cuatro goles del Barça en el clásico, respondió con la bravuconería de la que siempre hace gala: el lunes Balón de Oro. La de memes que ha provocado su arrogancia, su prepotencia y su falta de señorío, la misma que exhibe allá donde va. Un delantero de una clase incontestable que, mira por dónde, se ha convertido en la caricatura propia de una sitcom y que ha logrado lo que nunca han logrado otros antes: la unanimidad en favor de Rodri. Porque si el Madrid como institución lo ha respaldado no viajando a la entrega del Balón de Oro, obviando los trofeos a mejor club y entrenador, el resto de la afición española lo ha celebrado como nunca.

Creo que después de la obtención de la Eurocopa, ese fue el momento más feliz del fútbol español por doble motivo: se alza con el galardón internacional un jugador que reúne los valores más sólidos que debe poseer un fútbolista, Rodrigo Hernández, más conocido como Rodri, y sencillamente lo pierde Vinicius, que se ha granjeado esta oleada de repulsión por propios méritos. Personalmente, pienso que nadie hace más para que el racismo en el fútbol continúe vigente en este país que él mismo. Para luego venga a llorar con lágrimas de cocodrilo cuando no le salen las cosas como el nene desea.