La mañana del 17 de marzo de 1938, un chaval de 15 años corría como el viento por las calles de Barcelona. La Cruz Roja le había encargado acudir al cruce de la Gran Via con Balmes porque allí había habido un terrible bombardeo. Un proyectil lanzado desde un avión italiano procedente de Mallorca había impactado justo sobre un camión cargado de dinamita y había destruido varios edificios. El horror que encontró le marcaría para siempre. Buscó supervivientes hasta quedar exhausto y después pasó dos días en cama vomitando. Su testimonio sobre los bombardeos de la Guerra Civil es terrorífico: «Cada vez que paso por la Gran Via, todavía veo a aquella gente colgada, aquellos cuerpos sin vida, algunos decapitados, que se quedaron colgados de una viga».
Pere Basté Berenguer tenía solo 14 años cuando estalló la guerra. Su familia era de ERC, pero él era demasiado joven para ir al frente, así que se apuntó en la Cruz Roja. «No me podía quedar de brazos cruzados», explica. Su principal función era atender a las víctimas de los bombardeos italianos que despegaban de Mallorca. «La primera vez fue la más dura. Recuerdo que vomité de la angustia. No era miedo, era sufrimiento por ver tanto desastre. Después te acabas acostumbrando». Todavía le esperaba el mayor infierno de la guerra.
En marzo de 1938, Mussolini ordenó a la base aérea de Son Sant Joan bombardear la capital catalana durante 40 horas seguidas. Aquel ataque batió todos los récords: hubo mil muertos (en Gernika hubo 126). Hace poco publiqué el testimonio de uno de los pilotos italianos que cumplieron la misión. Se llamaba Giulio Verro, era de Pisa, y también estaba horrorizado con aquella orden. Él escribió: «De seguro en esta ciudad reina el terror. Durante todo el día los S.79 han lanzado bombas y luego nosotros. No se han cansado de dispararnos desde tierra. He visto las enormes deflagraciones de nuestras bombas. ¡Pobre ciudad! Hace poco que hemos aterrizado y ya hay otros tres listos para iniciar su turno».
Y así era. El joven Pere se encontró una escena dantesca: «Estaba todo lleno de humo y polvo. La casa de al lado del cine Coliseum se había partido por la mitad, y todos los otros edificios, hasta la calle Balmes, se habían hundido. Cogí una de las palas y me uní a la gente que cavaba desesperadamente entre montañas de ruinas. Íbamos cargando unos camiones rusos. Y entre las ruinas, nuestras palas sacaban cuerpos desmembrados: cabezas, brazos, piernas… pero no podíamos parar porque oíamos los gritos de la gente bajo los escombros. De repente, una mano que sobresale. Sacamos algunos vivos. Recuerdo entre ellos a muchas criaturas. Todavía tengo grabada la carita de uno, pobrecito, que le oíamos cómo gritaba y cuando conseguimos llegar hasta donde estaba ya era tarde. Se nos murió en las manos. Estos recuerdos me han acompañado toda la vida».
Pere sobrevivió a la guerra y trabajó el resto de su vida como representante comercial. En los últimos años difundió su testimonio en varios foros y fue recogido ampliamente en 2008 en un libro titulado Ramon Perera, l’home dels refugis. Falleció en 2018 con 96 años.
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