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Michel Barnier primer ministro y Agnès Pannier-Runacher, ministra de la Transición Ecológica de Francia, han presentado hace unos días el nuevo Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC-3) como una respuesta urgente a los graves retos que tiene que afrontar el país debido al cambio climático.

Presionado por las recientes inundaciones nunca vistas del sureste del país, el primer ministro dijo que hay que mirar de cara al reto que tenemos delante. La ministra recalcó la necesidad de acelerar la adaptación de la sociedad y la economía francesas ante el aumento de desastres climáticos, como incendios forestales, sequías e inundaciones. Sin embargo, el plan ha generado debate: la elección de un escenario de referencia de +4°C para el 2100 (para Francia, +3 grados para el planeta) refleja una perspectiva que algunos consideran alarmista, ya que este escenario fue calificado como un escenario peligroso por científicos del IPCC. Por tanto, implica asumir un futuro marcado por los peores efectos del calentamiento global.

El escenario de +4°C en el año 2100 es el resultado de una previsión que supone una escalada que empieza este año 2024 a +1,27ºC, continua el año 2030 llegando a les +2ºC, para pasar al año 2050 con un aumento hasta +2,7ºC y acabar el 2100 con un aumento de 4ºC. Esta progresión expuesta por el mismo primer ministro Barnier, es una previsión sin precedentes. Hay que recordar que otro estudio reciente sitúa las olas de calor de París en el año 2050 a los 50º de máxima.

La pregunta que surge es si este Plan pretende provocar una cierta alarma con el objetivo de movilizar a la población, o si representa en realidad una política agresiva de emergencia nacional basada en el escepticismo hacia la posibilidad de mitigar el cambio climático global. En ambos casos es una política sin precedentes en uno de los países más importantes del mundo, protagonista de los acuerdos de París de 2015.

En sus 51 propuestas, el Plan establece que todas las políticas y programas locales y nacionales, desde normativas urbanísticas hasta la distribución de recursos de emergencia, consideren la progresión climática del calentamiento global hacia un posible escenario de +4°C en el año 2100. En este contexto, el gobierno francés parece priorizar la adaptación y preparación ante los efectos inevitables de la crisis climática, más que la mitigación de sus causas, descendiendo radicalmente la emisión de gases de efecto invernadero. Esta perspectiva puede sugerir que Francia prevé un escenario en el cual las políticas de reducción de emisiones no logran detener el calentamiento global, posicionándose como uno de los primeros países en abordar el cambio climático con un enfoque de adaptación extrema. O sea, un sálvese quién pueda.

El PNACC-3 se presenta como un plan para proteger a las poblaciones más vulnerables y asegurar que el impacto del calentamiento no intensifique las desigualdades sociales. Con 51 medidas concretas, el plan pretende anticipar los riesgos y fortalecer la resiliencia de los territorios más expuestos. Ahora bien, mientras el gobierno inicia ya a una consulta pública para enriquecer el plan, surge una pregunta crucial: ¿es el PNACC una llamada a la acción o una declaración de falta de confianza en la posibilidad de revertir la crisis climática? La respuesta, y la reacción de la sociedad francesa -que se conocerá después de dos meses de consulta pública a través de una página web-, podrían definir un modelo para el resto del mundo en términos de políticas de adaptación y resiliencia climática.

La crítica de los científicos ecologistas no se ha hecho esperar. Se ha centrado en que este Plan se fundamenta en la ilusión de creer que con escenarios planetarios de +3ºC se pueden prever escenarios climáticos locales estables. Es el caso de Aurélien Boutaud, autor del libro Déclarer l’état d’urgence climatique: et s’il était trop tard pour la transition?. Según el autor un aumento planetario de +3º de temperatura podría generar cambios climáticos impredecibles actualmente, mucho más intensos de los previstos y hacer subir el nivel de «estabilidad climática» a 5 o 6 grados, lo que supondría, en expresión del Secretario General de las Naciones Unidas, la era de la ebullición global. Esta visión de un optimismo sin fundamentos, también la ha realizado el científico ecologista Cristophe Cassou que considera el escenario de 4ºC demasiado benévolo. El pasado mes de marzo, Cassou declaró que «vivimos una ruptura con respecto a la variabilidad climática pasada. Entramos en un mundo inédito para la especie humana».