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Todo quiere sonar a Navidad. Desde las guirnaldas de luces ping pong al puesto chillón de churros calientes. Rojo y verde. El primero colorea la estación blanca del frío invierno. El verde nos devuelve a la naturaleza. Es intención. Muchos acebos y abetos son plásticos. Como plástica es cada vez más la Navidad. Salvo en algunos refugios que aún quedan en las ciudades que amamos, a los que acudimos como náufragos de una tormenta irremediable. Uno de ellos es la Llibreria Sant Jordi en la calle Ferran en Barcelona, de luto esta semana por la muerte de Josep Morales Monroig.

Conmoción. Demasiado joven para partir. Luchó hasta el final dentro de su cuerpo y también por mantener la librería que abrió la familia en 1983. Con mimo y destreza, los Morales devolvieron el esplendor a un negocio que fue de guantes y sombreros antes de caer en el abandono. Salvaron el local. El ánimo que les movió fue el amor a los libros, también a la belleza que hay en las historias que nos cuentan. En este local siguen las cabezas de leones protegiendo las pilas de libros, en aparente caos que no es tal. Hubo una vez en Palma una librería cuyos libros se amontonaban en desiguales columnas. Tenías que ser un Sherlock Holmes o dejarte guiar por su dueño, Domingo Perelló. Estoy hablando de Logos. Otra historia para recordar.

Quien entra en la Llibreria Sant Jordi se vuelve Phileas Fogg. Quien permanece, y es lo habitual que ocurra, coloca y descoloca, sube y baja volúmenes, juega a la palanca con Kafka o Jane Austen, aunque de verdad quienes llevan el timón de esta nave son Joan Miró y Robert Capa. ¡No te mosquees Oriol Maspons, te brindamos el gusanillo para que hagas un clic a una librería que no debemos dejar morir! Es mi deseo de esta Navidad.

Los Josep Morales no están. O quizá sí, asomados a la balconada que circunda un negocio que ni el Ayuntamiento de Barcelona, ni la Generalitat, ni quien cuernos deba hacerse cargo, han protegido. Han sido, y siguen siendo, los vecinos de Ciutat Vella, los que se están resistiendo a otra pérdida en ese precioso barrio sacrificado a la especulación inmobiliaria en aras de un turismo caníbal que nos está dejando en los huesos. ¿Les suena el guión, verdad?

Vamos a exigir que se cumplan leyes que dicen protegen nuestro patrimonio, la cultura. Les invito a entrar en el laberinto hermoso que crearon Josep y sus padres, a cuidar ese vergel porque una librería es un lugar parecido a un pequeño trozo de tierra donde crece un árbol bajo cuyas ramas me cobijo y sueño. Una librería es oxígeno, es la simiente que se pega a mis dedos cuando paso páginas de un libro. Es un espacio para conversar, escuchar a quien sabe. Como Josep y su padre.

No vamos a olvidarte, Josep. No hay olvido para quienes fuisteis Quijotes en un mundo despiadado porque creemos que se puede descorrer la cortina para que entre la luz. Que las leonas de Sant Jordi nos protejan. Es mi deseo de Navidad.