Sánchez está convencido de que le asiste la razón y está obsesionado con el poder porque lo necesita para cumplir sus deseos. Por eso ha denunciado como guerra sucia de los tribunales afectos a las fuerzas reaccionarias cualquier acción contra la que llama mayoría progresista. Se presenta como víctima de una «cacería humana, está rodeado» (Marisu dixit) y ha llegado a achacar al PP «jugar con las cartas marcadas», acusando a los jueces de prevaricadores.
Cambia las reglas del juego de manera arbitraria. Es muy probable que en esta legislatura, tras denunciar que es víctima de unos jueces vendidos a la oposición y una vez desacreditada la Justicia y cubierto ante una posible imputación negando el Congreso el plácet para juzgarle, vea la vía libre para imponer su anunciada «regeneración democrática».
Procura crear la falsa ilusión de que quienes se le oponen son seres inferiores que merecen el desprecio: la fachosfera, el fango, etc. Como todo autoritario es un manipulador de éxito: ha sido capaz de crear la ficción de que en la Guerra Civil hubo un bando defensor de los valores democráticos y otro malvado, opresor. Por lo tanto, las víctimas del primero merecen recuerdo y honra, mientras que a las otras se las borra de la historia, su castigo lo tenían merecido. Y la última: en la tragedia de Valencia, siendo él el principal culpable de la inacción durante los primeros días y, por tanto, de la mayoría de las muertes, ha conseguido que la opinión pública señale a Mazón como el causante del cataclismo y, a él, como el benefactor que riega la región con ayudas de todo tipo.
Hace falta estar cegado por el narcisismo y henchido por la soberbia para decir que se sentía «acosado», pero que notaba la «empatía» en la calle. ¡Un demofóbico como él!
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