El ciclón Chido ha arrasado la isla y archipiélago de Mayotte, en el océano Índico, cerca de la costa africana. Mayotte es una antigua colonia, hoy formalmente parte de Francia, aunque su nivel de vida es apenas el 20 % del de la metrópoli (lo que lo convierte en el territorio «europeo» más pobre). Su población experimenta una gran explosión demográfica, es mayoritariamente musulmana y vive de la pesca y la ganadería, de un mínimo turismo y, sobre todo, de las magras transferencias estatales. Con saneamientos, servicios y carreteras peor que deficientes, la vida allí es dura; asolada por la delincuencia y la violencia, en algunos rankings está considerado uno de los lugares más peligrosos del mundo.
Las autoridades francesas estiman en unos mil muertos la catástrofe humana, aunque muchos fallecidos no se pueden identificar porque hay una gran parte de la población de origen inmigrante, sin papeles, de la que sueña saltar algún día a Europa. Una de mis mejores amigas, Claudia Amorós, socióloga y psicóloga, trabaja allí como profesora; allí se casó y tiene dos hijos. Después de cinco días incomunicada, sin agua, electricidad, alimentos ni transporte, hemos podido hablar. Me cuenta de la destrucción y de la angustia, de los muertos, que no ha quedado ningún árbol indemne y que los lémures, como los humanos, vagan desprotegidos, asustados y desconcertados. Casi todas las casas –la mayoría infraviviendas chabolistas– e instalaciones han quedado destrozadas, incluidos colegios y hospitales, torres de telecomunicaciones y carreteras.
En Europa y el primer mundo esta enésima catástrofe se ha recibido con la habitual indiferencia hacia los lugares lejanos y pobres. Los isleños tendrán la suerte de ser de alguna forma rescatados, por ser Francia, pero probablemente para regresar a la miserable situación previa de pobreza y violencia y volver a caer en el olvido. Mayotte es otro de esos casos que resume de forma paradigmática la historia contemporánea que ha tejido nuestro mundo presente: colonialismo, racismo, desigualdad social, migraciones, cambio climático y desastres medioambientales. Si no queremos que el futuro sea un inmenso Mayotte arrasado, deberíamos tomar nota.
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