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Pedro Sánchez y su Gobierno quieren celebrar por todo lo alto el año que viene el medio siglo de la muerte del dictador en una serie de eventos que se inscriben bajo el epígrafe de «España en libertad». Algo que entra por completo en el terreno de la lógica, siendo esta una efeméride histórica que, en efecto, pone de manifiesto el cambio radical que ha dado el país desde aquel ya lejano 1975. Aunque apenas se ha dado información sobre la agenda que se prepara, se habla de «actividades culturales, eventos de diversa índole, en escuelas, calles, y museos» que, a priori, suena a tontadas varias. A mí lo que me gustaría es que cincuenta años después de la supuesta entrada del país en la democracia plena se financiaran estudios a profundidad de qué y quiénes permanecen en la cúpula de todas las instituciones desde el franquismo. De qué y quiénes se benefician aún de los privilegios obtenidos durante la dictadura. De qué y quiénes no han admitido nunca su estrechísima relación con el régimen. Hacer conciertos, performances y cosas de ese tipo está muy bien, pero se limita al territorio del entretenimiento, de la diversión. Lo que una larguísima dictadura como la que sufrimos en España necesita y merece es análisis, estudio, disección al más alto nivel. Y, por supuesto, rendir cuentas. Algo a lo que la tan laureada Transición dio carpetazo antes de empezar. Ahí seguimos, cincuenta años después. Un país que arrastra las mismas mierdas de antes, de siempre. Dice henchido de orgullo el presidente que a la Fundación Franco le queda poco, que «casi» está finiquitada y no les da vergüenza. Desde 1976 debía estarlo y los que en ella mandan bien investigados y convertidos en parias de la sociedad.