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Empezamos la última semana del año. Ya solo faltan ocho días para que el área de Mobilitat del Ajuntament de Palma bendiga la ordenanza de la Zona de Bajas Emisiones (ZBE) que, en los próximos meses, cuando empiecen a llegar las multas a casa, se convertirá en una nueva forma de pecunio económico para las arcas públicas. Comenzamos el año con nuevas cámaras de control diseminadas por las calles del centro de Palma para identificar las matrículas de los vehículos que no lleven la pegatina del color de turno que autorice su circulación. Es una pegatina, dicho sea de paso, que identifica el nivel de contaminación del vehículo que regula la DGT y que cuesta cinco euros.

Hasta ahí todo estaría bien si no fuera por el negocio que oculta la pegatina de marras. Haz el cálculo. Por Mallorca circulan medio millón de coches. Si cada coche pega en el cristal su pegatina y cada una cuesta cinco euros, nos vamos a los dos millones y medio de euros. ¡Vaya nuevo negocio! Teniendo en cuenta que el valor bruto de la pegatina no alcanza los cincuenta céntimos y se cobra a cinco euros, a mí se me queda una cara de tonto cuando imagino el lucro económico que genera esta transacción.

Mi sobrevenida tontería se acrecienta cuando me pregunto por la inútil obligatoriedad de pegar una pegatina en el parabrisas del coche si la cámara penal fotografía la matrícula del vehículo para verificar su oportuna capacidad de contaminación. No termino de comprender cuál es la misión del vinilo adhesivo, además del lucro que genera su compra.

Me consuela pensar que cuando todos los vehículos estén adhesivados, nos dirán que la pegatina ya no es obligatoria porque la tecnología y la inteligencia artificial nos tendrá plenamente identificados, completamente localizados y todos nuestros movimientos controlados. ¡Viva la libertad!