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En una aparente paradoja, el año arranca sin que el Ejecutivo central ni el autonómico dispongan de presupuestos para gestionarse y, al tiempo, las perspectivas económicas parecen ser buenas. Los analistas matizan esos augurios con la existencia de un montón de incertidumbres. Andan acongojados ante múltiples amenazas internacionales, pero los números les salen positivos si nada extraordinario ocurre. Y eso sin presupuesto alguno. La atonía y la inercia de tirar con los del año anterior sin correcciones ante las trabas políticas no supone un freno especial. Pareciera que cierto aburrimiento en la inciativa gubernamental resultara positiva.

El mismo muermo también se extiende a las previsiones políticas nacionales: por primera vez en mucho tiempo hay un año sin que se prevea ninguna elección. Ni generales, ni autonómicas en nigún sitio. Nada de nada salvo mirar a Alemania o Canadá. De nuevo hay incertidumbres ante posibles adelantos en algún territorio, quizá Andalucía, quizá Castilla y León. Por lo tanto, ni votos ni presupuestos y, ante la inestabilidad de los equilibrios parlamentarios, tampoco son de prever grandes alardes legislativos. Así, desde la ópica de enero, se intuiría un tedio general. Mucho ruido y pocas nueces. Pero mucho ruido. Quizá sea esa inercia la que ayude a provocar el alborto y no al revés. Como un viaje largo en coche por una autovía sin apenas tráfico. Tanto quien conduce como su compañía terminarán a gritos en un centenar de kilómetros. No por nada en concreto, por simple tedio. Si el viaje trascurriera en medio de una tormenta la discusión no existiría. El riesgo real limita las discusiones estériles. Como eso no ocurre, cabe esperar un 2025 muy enfadado. Sin embargo, a falta de sosiego, el único consuelo para el tranquilo es poder librar el ejercicio sin sobresaltos graves y en eso sí hay esperanza.