TW
0

Entre las más de 800 agresiones a personal sanitario durante el año pasado y el reciente homenaje a la doctora Marga Miquel con motivo de su jubilación, después de haber atendido su consulta los últimos quince años en el centro de salud Muntanya, en Son Ramonell, en Marratxí, media un cambio drástico de códigos de comportamiento en la sociedad de Balears. El hecho de que sean necesarios un plan de prevención de agresiones a los docentes y el desarrollo de sucesivos programas de defensa y reacción para médicos, enfermeras y personal sanitario en general proyecta la dimensión de un problema que afecta directamente a los fundamentos de la convivencia.

Las más de dos agresiones al día a profesionales sanitarios en 2024, hasta los 840 casos contabilizados, se reparten prácticamente al 50 % entre hospitales y centros de atención primaria. Se trata de cifras sin duda alarmantes, como las califica la secretaria del Col·legi de Metges, la doctora Rosa Robles, y que es necesario tener muy presentes como reflejo de una realidad que, por otro lado, sería mucho más confortable habitada por los homenajes a los sanitarios que se jubilan y no por el rastro de la violencia. Desde el Servei de Salut, el subdirector de gestión de personal, Juan José Terrassa, advierte del aumento de las agresiones en línea con una creciente violencia en otros ámbitos sociales (la violencia contra la mujer es el peor de los paradigmas). De hecho, recuerda, la Organización Mundial de la Salud «habla de la sociedad más violenta de la historia».

La mayoría de agresiones verbales o físicas contra personal sanitario tienen que ver con las listas de espera y con los tiempos de respuesta a las expectativas de los pacientes. Los profesionales pagan los platos rotos. Pero no hay excusa que valga. La agresión a un médico, una enfermera o al camillero, además de un atentado al respeto debido a las personas, es un delito que puede terminar con el protagonista en la cárcel. De hecho, los procedimientos penales derivados de agresiones disminuyen notablemente la reincidencia. En cualquier caso, que tenga que haber más personal de seguridad en los centros sanitarios y que médicos y enfermeras se vean obligados a hacer cursillos de autodefensa cercena de raíz la confianza en los congéneres.

Quienes peinan canas recuerdan cómo cualquier amonestación en la escuela suponía el castigo paterno o materno, porque el enseñante siempre tenía razón, aun pudiendo no ser cierto. En la actualidad, ante cualquier conflicto, los papás toman partido por el alumno y, por triste que sea, son más frecuentes de lo que sería deseable los ataques a los profesores por alumnos con la participación de los padres.

En las películas norteamericanas son habituales los centros escolares en los que el acceso se autoriza tras el paso por un arco detector de metales. Vale preguntarse si no será cuestión de tiempo a la vista de los datos de la Conselleria d’Educació al presentar el plan de protección a maestros y profesores en casos de amenazas o ataques: doce agresiones de distinto signo a docentes en un mes de vigencia del protocolo. Y a todo esto, la duda es si la crispación entre políticos es el espejo de la realidad o su pugna sectaria se traslada a la calle y se traduce en tanta tensión. Ejemplo no dan.