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«De no ser porque tomé un avión y me presenté en Cerdeña mi hijo estaría enterrado allí. Han sido 50 días infernales, sin saber dónde estaba Miquel, y la investigación de la Guardia Civil ha sido un auténtico desastre». Gabriel Perelló, el padre del submarinista que desapareció en noviembre en aguas de Portocolom y apareció el pasado día 5 en Cerdeña, pudo enterrar el miércoles a su hijo en Lloseta, después de dos autopsias y un calvario burocrático que no olvidará.

La víctima, Miquel Perelló, era un consumado submarinista palmesano de 18 años que estudiaba segundo de Bachiller. El día 19 de noviembre, domingo, salió de su casa a las ocho de la mañana y se dirigió con otro buceador, llamado Javier Jiménez, a Porto Petro. Luego se trasladaron a Portocolom y de ahí a sa Punta des Faraó, una zona de aguas profundas donde sobrevino la tragedia. Miquel se ahogó y su compañero, una hora y media después, dio aviso al hermano del desaparecido.

«La labor de los GEAS fue encomiable, pero lo que no es de recibo es el trato de algunos mandos. Al tercer día de la búsqueda de mi hijo me dijeron que utilizaban un scanner de gran potencia, cuando en realidad el aparato lo usaban para encontrar los fardos de hachís que se habían desembarcado en cala Virgili», recuerda Gabriel Perelló. El hombre y su hijo Javier se pasaron todo un mes registrando desde la costa los acantilados y las zonas más escarpadas: «No sabíamos si Miquel había sido arrastrado hasta allí y no queríamos perder la esperanza de encontrarlo», aseguró.

Los días fueron pasando lenta y angustiosamente, hasta que el día 8 un GEAS le comunicó que había aparecido un cadáver en Cerdeña, a 400 millas de Portocolom, que podía ser el de Miquel: «Tomé un avión sin pensármelo dos veces. No tenía nada que perder. El cuerpo apareció en Santa Iusta y fue gracias a dos trabajadores catalanes que la Guardia Civil se enteró. Esos hombres vieron que mi hijo llevaba un traje de la marca Picasso y se extrañaron porque se venden sólo en España. Llamaron a Barcelona y desde ahí la fábrica se puso en contacto con varias Comandancias, hasta que habló con la de Palma», relató Gabriel. El padre pasó tres días en la isla italiana y pudo impedir que su hijo fuera enterrado allí «sólo por unas horas».