María Antonia, embargada por la emoción, se desmayó al ver a su hija y tuvo que ser ayudada por su padre. Foto: ALEJANDRO SEPÚLVEDA

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A las 17.45 horas los monitores de la sala de llegadas del aeropuerto de Son Sant Joan anunciaron que el vuelo IB-764, procedente de Madrid, llegaría con un leve retraso. En el avión, entre otros pasajeros, viajaba María Antonia Rodríguez Lindelauf, la mallorquina de 30 años que ha pasado los dos últimos en una infernal cárcel de Ecuador, acusada de narcotráfico. Sus padres, su hija de 10 años, su abuela, las dos hermanas y sus cuñados la esperaban frente a la Puerta E, sin poder disimular la emoción: «Es increíble pero ya está libre, de camino a casa». Y la espera, en realidad, se hizo eterna para ellos.

El vuelo aterrizó a las 18.00 horas, pero María Antonia no cruzó la puerta de Llegadas hasta un cuarto de hora después. La alegría era desbordante y la emoción le jugó una mala pasada. La joven sufre brotes esquizofrénicos y precisa medicación, pero al ver a su hija estalló en un agónico llanto y comenzó a repetir convulsivamente: «¡Mi hija, mi amor!». Sus familiares se abalanzaron sobre ella y María Antonia, cada vez más nerviosa, sólo buscaba con la mirada a la niña, a la que cubrió de besos.

Fue entonces cuando le sobrevino una crisis y se desplomó de bruces sobre el suelo, antes de que pudieran auxiliarla. Uno de sus allegados la cogió en volandas y la introdujo de nuevo en la zona de recogida de maletas, mientras en el exterior, en la sala de llegadas, los curiosos se agolpaban: «¿Es alguna famosa?», pedían insistentemente. La situación fue tan caótica que tuvieron que intervenir tres vigilantes, que tampoco tenían muy claro qué estaba pasando.

Mientras la vecina de Son Gotleu era atendida por los servicios médicos del aeropuerto, el presidente de APEX (Asociación de Ayuda a los Presos Españoles en el Extranjero), Joaquín Bravo, relató a los medios de comunicación los pormenores de la puesta en libertad de la mallorquina. «Físicamente está mejor y cuando quedó libre sólo preguntaba por su hija, tenía unas ganas locas de verla». Bravo, que ha sido su auténtico «ángel de la guarda», viajó personalmente hasta Guayaquil para acelerar los trámites y sacarla cuanto antes de aquel abominable presidio.