El pasado mes de diciembre María Antonia Rodríguez salió de la prisión de Guayaquil.

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La reunión entre el procurador palmesano y Magdalena Contestí, directora general de Cooperación de la Conselleria de Presidència, tuvo lugar el pasado miércoles y Julián Montana le puso al corriente de la situación extrema del preso mallorquín, que lleva casi dos años y medio en la prisión de Guayaquil, una de las más duras de sudamérica.

El representante de la familia, además, le pidió al Govern que se implicara en el proceso de extradición de Manolo, ya que los padres y hermanos del preso consideran que su vida corre serio peligro y sólo cumpliendo lo que le queda de condena en una prisión española «podrán estar tranquilos». Manolo y María Antonia Rodríguez, su novia, fueron sorprendidos en diciembre de 2001 con un alijo de cocaína en el aeropuerto internacional de Ecuador, y fueron a parar directamente a la penitenciaria de Guayaquil. Tras una año de larga espera, y cuando estaba a punto de cumplirse el plazo legal para que la Fiscalía de aquel país formalizara la acusación, a Manolo se le añadió otro delito al que ya tenía de narcotráfico: el de asociación ilícita. De esta manera, fue condenado a ocho años de prisión, mientras que a María Antonia le cayeron dos, que cumplió íntegramente. La mujer regresó hace pocos meses a Mallorca y denunció que vivían «como animales» dentro del recinto carcelario.

Desde entonces, Manolo está solo (durante dos años María Antonia lo visitaba cada semana en su celda) y su seguridad le cuesta unos 500 euros mensuales a su familia. Lo peor, sin embargo, es la incertidumbre sobre su estado: «Hoy está bien, dentro de lo que cabe, pero no sabemos qué le puede pasar mañana. Una prisión en Ecuador no tiene nada que ver con el concepto de cárcel que tenemos en España. Allí la vida de una persona no vale nada y las peleas con cuchillos y las agresiones son de lo más normal», contó ayer Julián Montada, que añadió que «físicamente está bien, pero hace algunos días que tiene molestias estomacales, que también preocupan a su familia».

Allí, en aquel siniestro recinto, todo tiene un precio: el agua tiene que estar envasada (ya que en caso contrario las posibilidades de una infección son elevadísimas), la comida no puede ser la normal de cada día, ya que es infame, y además se puede comprar hasta la «protección» de ciertos clanes. De hecho, si estás desamparado eres presa fácil y lo más habitual es que los presos de asocien para asegurar su propia seguridad. En el año 1996 España y Ecuador firmaron un convenio de extradición para que los presos pudieran cumplir parte de la condena en una cárcel de su país, y los abogados de Manolo se aferran ahora a esta posibilidad. No obstante, los trámites burocráticos son muchos y el éxito de la misión depende, en gran medida, del interés que pueden poner desde la Embajada o la clase política. Desde el Govern Balear todavía no se han pronunciado sobre los pasos que seguirán en el caso del mallorquín, pero su familia espera que las gestiones sean «rápidas y fructíferas». Mientras tanto, el mallorquín aguarda noticias desde Guayaquil, cada días más desmoralizado. Un día en aquel presidio puede llegar a hacerse eterno.