«Yo sólo sé que pinché. Tenía el cuchillo en la mano y pinché,
porque algo había que hacer para que saliéramos con vida». Así
explicó Lucía I.E. ante el Tribunal del Jurado el ataque que
realizó sobre su padre, José Iglesias, el pasado mes de marzo de
2003 en el domicilio familiar de La Soledat, en Palma. La joven,
que está siendo juzgada esta semana en la Audiencia Provincial por
un delito de asesinato, justificó que las 35 puñaladas que asestó a
su progenitor fueron en defensa propia. Lucía explicó que ese día
regresaba en compañía de su madre y su sobrino, al que habían ido a
recoger al colegio. Al llegar a casa de su padre, enfermo desde
hace más de 30 años de esquizofrenia paranoide, les estaba
esperando tras la puerta con un cuchillo en la mano y con la
intención de matarlas. «Estaba muy agresivo y mi madre y yo tuvimos
que correr hacia una habitación», indicó. Una vez allí, las dos
mujeres intentaron cerrar la puerta y llamar a la policía a través
del teléfono móvil. Sin embargo, el padre logró entrar en el cuarto
y agarró a su mujer por el jersey, mientras con la otra mano
esgrimía un cuchillo e intentaba apuñalarla en el pecho. La mujer
se tapó con una mano y el cuchillo le provocó una herida junto a la
muñeca.
En ese momento Lucía decidió actuar. La joven se abalanzó sobre
su padre y logró arrebatarle el arma. En este punto, la fiscal
Mercedes Carrascón incidió en un dato decisivo, destacando que la
acusada es de complexión delgada mientras que su padre era muy
corpulento y alto. «Cuando ves sangrando a la persona que más
quieres en este mundo sacas fuerzas de flaqueza», se justificó
Lucía. Fue entonces cuando comenzó a apuñalar a su padre. En primer
lugar le asestó 12 puñaladas. Cuando el hombre cayó sobre la cama,
siguió acuchillándole hasta en 23 ocasiones más. «No conté cuántas
veces se lo clavé, sólo sé que pinché y pinché», repitió. Acto
seguido se fue a un rincón y se quedó sentada. Todos los familiares
directos de la acusada apoyaron la versión de la legítima defensa:
tanto su madre, como su hermana y su sobrino destacaron que el
difunto les hacía la vida «imposible» debido a sus constantes
«arranques» de violencia verbal y física.
La madre de la acusada, encargada de administrarle la
medicación, señaló que el fallecido muchas veces se negaba a tomar
sus pastillas sedantes, arrojándolas por la galería. La actitud
violenta del fallecido llegó a provocar que una de las hermanas de
Lucía abandonase el hogar después de recibir una paliza. También la
mujer de José aseguró que varias semanas antes su marido llegó a
amenazarle con un cuchillo de cortar jamón, aunque no la llegó a
agredir. La propia acusada, Lucía, afirmó que meses antes del
ataque tuvo que iniciar un tratamiento a base de Trankimazín y
Prozac debido a la «gran depresión» que padecía, y que incluso
llegó a cortarse las venas en un intento frustrado de suicidarse.
Precisamente, tres días después del crimen tenía una cita con un
psiquiatra que nunca se llegó a celebrar. En el sentido opuesto
declararon los dos hermanos de José Iglesias, aunque ninguno de los
dos tenía un estrecho contacto con el fallecido. Su hermano Mario,
que vive en Francia, explicó que la última ocasión en la que vio a
José fue en las Navidades de 2002, tres meses antes de su muerte.
«Estaba en condiciones pésimas, tanto higiénica como físicamente.
Apenas me reconocía y no podía casi ni hablar conmigo. Era incapaz
de caminar y tenía que apoyarse en mí», aseguró. También insistió
en que en ninguna ocasión la familia de Lucía le llegó a revelar
que padecía esquizofrenia. En todo caso, negó rotundamente que su
hermano fuese violento.
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