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Horas después del incendio, los vecinos seguían pensando en cómo será el día después. Jaime, que se encontraba durmiendo, aún tiene alguna pequeña quemadura en la cara y la oreja tras arrastrar a su padre fuera de la casa. «Me salvé del fuego por un palmo. Ahora no sé dónde dormiremos, porque la casa ha quedado destrozada; no tengo ni dinero para desayunar», comentaba ayer. La vivienda del segundo piso en la que vive, además, no tiene seguro y llevaba cerca de 25 años cerrada hasta hace pocas semanas.

Para sus vecinos de arriba las cosas no van mucho mejor. «El suelo está muy mal, no queremos dormir dentro», explica John Odigie. Junto a él, su mujer, Evelyn, permanece silenciosa y con los brazos cruzados mientras luce un aparatoso collarín. Observa a su hija Unity, que sonríe y corre a la salida de Son Llàtzer como si el episodio de la mañana hubiera sido una extraña aventura. Esta familia vive en el tercer piso, en un finca que tienen comprada y asegurada, y que ayer era un caos de mantas, ropa y colchones desperdigados por el suelo.

Otros vecinos que también resultaron afectados, como Pedro, recordaban el fuego. «El humo me impedía respirar y me tuvieron que atender durante un buen rato dándome oxígeno. Hace varios tuve un infarto y me he asustado bastante», comentaba mientras limpiaba la puerta de su casa del hollín acumulado.