TW
0

JAVIER JIMÉNEZ-EMILIO LÓPEZ

Llegó a Mallorca hace cinco años y las cosas le iban bien hasta el viernes. Ese día, Boca Cosmin, un inmigrante rumano de 26 años, vio cómo su amigo Antonio Noguera, de 22, se escurría entre el cemento en polvo de un silo de Can Valero, en una espantosa muerte. Boca está hospitalizado, pero sus lesiones son sobre todo psicológicas: «Nunca podré olvidarlo».

A las doce del mediodía el joven rumano no está en su habitación de la segunda planta. «Estará en la cafetería, paseando», apunta una enfermera. Acierta. Boca está junto a otro de los operarios hospitalizados, Bernat, rodeados ambos de amigos y compañeros que los consuelan. El mallorquín no quiere hablar; el rumano no pone reparos. «Ha sido tan mala suerte que aún no me lo creo. No murió sepultado por toneladas de cemento, como he leído en algún sitio, sino asfixiado por el polvo», cuenta.

Aparece cansado, derrotado. «Antonio y yo éramos amigos desde hace unos años. Era muy joven, tenía novia. Y ahora está muerto».

Esa tarde del viernes cuatro trabajadores de la empresa «Ciments de Mallorca» se adentraron en el silo, de gran altura y con unas base de unos 40 metros cuadrados. Estaban limpiando la superficie baja, para que el cemento en polvo se escurriera por las sumideros. Llevaban mascarillas y sabían lo que hacían: «Cada dos meses entramos en el silo, no es algo excepcional».

El grupo se movía lentamente sobre medio metro de cemento en polvo y Boca decidió salir de la tolva. Cuando estaba saliendo escuchó un grito de un compañero: «Antonio no sale». El joven operario mallorquín había caído de cabeza y, en cuestión de segundos, desapareció en aquellas arenas movedizas. Podría haberse erguido, pero parece ser que tragó el polvillo tóxico y no pudo levantarse. De repente se levantó una pequeña nube. Todo eran nervios, gritos. No se veía nada. «Lo buscamos como pudimos, pero se había escurrido. Empezamos a sentirnos mal por el polvo que tragábamos y al final salimos a avisar a los bomberos». Los parques de sa Teulera y Son Castelló no lo tuvieron fácil. Buscaron durante horas al trabajador desaparecido, en aquella peligrosa piscina de cemento en polvo. Había que avanzar paso a paso, lentamente, y al final localizaron el cuerpo sin vida del muchacho, asfixiado.

«Me dieron oxígeno en una ambulancia y después me llevaron a esta clínica, la Juaneda. Estoy bien, y quiero que me den el alta pronto porque me siento mal estando aquí, porque sólo pienso en lo mismo una y otra vez».

«Muy mala suerte»

Para Boca el accidente fue producto de un infortunio absoluto: «Más mala suerte no pudo tener Antonio. Había poco cemento en polvo, poca altura, pero cayó de cabeza y luego encima se levantó una nube de polvo. Es una muerte horrible, no me la quito de la cabeza».

El informe sobre el accidente, que han confeccionado los bomberos de Palma, será remitido al juzgado en cuanto esté concluido. El superviviente rumano, sin embargo, le importan poco ahora los protocolos: «Entramos allí cuatro compañeros y uno no salió. Eso es lo que cuenta. Fue todo tan raro que es difícil entenderlo. Cae, desaparece y lo sacan muerto», repite.

Antonio Noguera llevaba tres años trabajando en la empresa del polígono de Can Valero. Su compañero asegura que el ambiente era de amistad: «Todo esto es más doloroso porque no sólo compartíamos un trabajo, sino que nos llevábamos bien, éramos amigos».

«Van a ser unas navidades tristes. Pero luego pienso que pude haber sido yo y pienso que soy afortunado; puedo contarlo». Boca Cosmin está casado y tiene un hijo. Su familia, en estos momentos, es su principal aliciente. «Dicen que nos tendrán que tratar psicólogos, porque la experiencia que hemos vivido ha sido muy dura». Durante la entrevista con este periódico baja continuamente la vista, compungido. Su vida de inmigrante era más afortunada que la otros compatriotas sin trabajo, pero el viernes Boca le vio el rostro a la muerte.