Marilena quiso enseñar las grietas y las humedades que han surgido en su casa a raíz de la obra vecina que se derrumbó sobre su cuarto.

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MARIA NADAL/MARTA MEDRANO

Todo empezó hace medio año cuando en la casa vecina del número 6 de la calle Hostals de Santa Maria se inició la demolición de una casa antigua y la construcción de un nuevo edificio de dos plantas. Al ruido y al polvo típico de cualquier obra se añadieron humedades que invadieron la pared del comedor, los armarios y paredes de diferentes habitaciones contiguas a la obra. Tras la humedad surgieron grietas, algunas de varios centímetros de ancho junto a la escalera que conecta los dos pisos y otras en la pared de la terraza.

Marilena Rosselló, una de las dos hijas de Margalida Sastre, la mujer que salió milagrosamente ilesa del derrumbe que consternó el miércoles a Santa María, no podía reprimir ayer su indignación por lo sucedido. «Han sido seis meses de calvario, en casa somos tres mujeres y el encargado de la obra no nos hacía ni caso cuando le explicábamos una y otra vez lo que estaba pasando en nuestra casa. No nos atrevimos a poner una denuncia pero no descartamos hacerlo en función de cómo responda ahora la constructora. De momento parece que tienen buenas intenciones», explicaba.

Su madre, Margarita, quedó viuda hace poco y ayer no quiso hablar públicamente de lo sucedido al encontrarse aún consternada. Marilena, sin embargo, no dudó en mostrar a Ultima Hora cómo ha quedado su casa tras seis meses de grietas y ruidos que culminaron con el derrumbe de un muro de la obra vecina sobre el primer piso su casa. «Fue un milagro que no pasara nada. El muro cayó sobre mi habitación y yo tenía el día libre en el trabajo. La suerte quiso que estuviera con unas amigas en Palma a esa hora y que a mi madre no le ocurriera nada por encontrarse en la planta baja en ese momento», explicó.

Marilena asegura que la constructora ha invadido incluso parte de su casa para llevar a cabo la obra nueva. Ayer, de hecho, un pequeño andamio se posaba aún sobre el tejado de la casa. «En una ocasión, estando en el piso de abajo, oímos un ruido infernal y al subir comprobamos que habían instalado una máquina de cortar hierro sobre nuestro tejado sin avisarnos», contaba ayer indignada.